"La primera ley de la historia es no atreverse a mentir, la segunda, no temer decir la verdad" Su Santidad Leon XIII

domingo, 30 de diciembre de 2012

Antonio Grasmci y la Revolución Cultural - Parte III


V.- EL PAPEL DEL INTELECTUAL

1. El intelectual orgánico

Es cierto que de esto ya hay antecedentes en los “padres” del comunismo. Así Marx y Engels, reconocían que “el arte de crear con la palabra es un instrumento al servicio de la Revolución”. Stalin, por su parte, afirmaba que “las palabras son balas” y “los escritores son los ingenieros de las almas”… Sin embargo, en general, la insistencia de los padres del comunismo recayó más bien en lo económico. Gramsci, en cambio, va a insistir más en lo cultural. Gracias a esta enfatización toma distancia de todo determinismo exagerado, dejando la historia más abierta, más fluida. De ahí que no haga exclusiva la incidencia de la base económica y atribuya un papel tan relevante a la cultura, la concepción del mundo, la ideología, y por tanto, a sus principales agentes, los intelectuales. Gramsci, se resiste a considerar la historia simplemente como historia de la lucha de clases. Según su peculiar interpretación del marxismo, la dominación de la clase dirigente, sin dejar de ser económica, es, sobre todo y antes que nada, de carácter ideológico.

La experiencia histórica así lo prueba. La sociedad tradicional, la sociedad cristiana, supo llegar a las masas más que a través de la violencia, a través de la impregnación lenta, paciente, cultural e intelectual. Sabe bien Gramsci que fueron los intelectuales y no otros los “inspiradores” del grupo dirigente, en orden a impregnar de evangelio la sociedad medieval. Y así los intelectuales lograron formar lo que Gramsci denomina un “bloque histórico”. Emplea esta fórmula para describir la situación en que se realiza la hegemonía de una clase sobre el conjunto de la sociedad. La clase dirigente se legitima, se justifica mediante la imposición de su propia concepción del mundo; y lo hace por medio de la estructura ideológica. Las clases subalternas, a saber, todo el resto del cuerpo social menos la clase dirigente, se sienten representados en ésta y así le dan su consenso. […] El bloque histórico es un bloque ideológico, y sólo en la medida en que lo sea orgánicamente, la sociedad no conocerá crisis o, en otras palabras, habrá hegemonía serena y aceptada. Y como el bloque es ideológico, los elementos soldadores son los individuos que trabajan con las ideas, los intelectuales. De ahí la importancia de esa élite de intelectuales integrados en la clase dirigente, a los que Gramsci llama “intelectuales orgánicos”. Ellos no sólo son el arma de la lucha de clases: son la misma lucha de clases en el interior de la inteligencia, en el interior de la cultura.

2. El intelectual y las masas

Así como Gramsci nunca aceptó que las meras transformaciones económicas fuesen suficientes para operar de por sí un cambio social, de manera semejante se opuso a la creencia de que serían las mismas masas populares las que, desde abajo, se rebelarían casi instintivamente contra el bloque ideológico vigente. Se requiere, pensó Gramsci, un esfuerzo desde lo alto, un esfuerzo de inteligencia, y un plan adecuado para la propagación capilar de los resultados de esa actividad intelectual. Gramsci desconfiaba de la “espontaneidad de las masas”. Primero, porque la masa no suele incluir elementos suficientemente conscientes, capaces de afianzar la conciencia de clase; segundo, y principalmente, porque los movimientos espontáneos de rebelión pueden resultar contraproducentes, favoreciendo a la clase dominante y justificando los golpes militares, los golpes de Estado. Gramsci valora la espontaneidad de la base popular, del sentido común, pero sólo en la medida en que es recogida, interpretada y repropuesta por los intelectuales del Partido. “Las ideas y las opiniones –dice– no ‘nacen’ espontáneamente en el cerebro de cada individuo: han tenido un centro de formación, de irradiación, de difusión, de persuasión, un grupo de hombres o incluso una sola individualidad que las ha elaborado y las ha presentado en la forma política de actualidad”.

Es pues imposible que el conocimiento, la cultura, broten desde abajo, desde las masas. La autoconciencia crítica sólo se explica histórica y políticamente por la aparición de una élite de intelectuales: una masa humana jamás se “distingue”, jamás se hace independiente “por sí misma”, sin organizarse, al menos en sentido lato, y no hay organización sin intelectuales, o sea, sin organizadores y dirigentes; es menester que el aspecto teórico del nexo teoría-práctica se precise concretamente en un estrato de personas “especializadas” en la elaboración conceptual y filosófica. Se trata de dirigir toda la masa, no según los viejos esquemas sino innovando, y la innovación, en sus primeros estadios al menos, no puede ser algo proyectado por la masa, provocado por la masa, sino que debe pasar por la mediación de una élite en la cual la concepción implícita en la masa se haya hecho ya, en alguna medida, conciencia actual, coherente y sistemática, al tiempo que voluntad precisa y resuelta. Se trata, pues, de lograr una “penetración cultural”; este es el primer y continuo momento, no sólo el primero sino el continuo momento, de la conquista revolucionaria de la sociedad civil. Sin dicha penetración, el proletariado “no podrá tomar jamás conciencia de su función histórica”. Una revolución proletaria no puede ser analfabeta. Más aún, el analfabetismo cultural hace imposible la revolución. Gramsci concedió siempre una importancia primordial a la ideología, al trabajo lento pero eficaz de las ideas difundidas en la masa.

Es cierto que a lo que se apunta es a la hegemonía del proletariado. Pero un intento hegemónico semejante ha de ser asumido por la revolución proletaria, valorando la función de la ideología y de los intelectuales. El proletariado comienza a ser hegemónico cuando toma conciencia de sí, como clase superadora, pero para lograrlo necesita una concepción del mundo que impregne la sociedad civil y la sociedad política. Una voluntad colectiva de este tipo deberá ser preparada, como lo dijimos anteriormente, por una “reforma intelectual y moral”, y esto es tarea propia del intelectual, que haga llegar la ideología marxista hasta las últimas estribaciones del sentido común. Como el actual sentido común está impregnado en los valores tradicionales y es tan refractario a la concepción marxista, se percibe la necesidad de que la cosmovisión materialista de la vida vaya llegando poco a poco hasta las últimas rendijas del sentir popular. Una tarea de tal envergadura no se improvisa. Ni tampoco saldrá espontáneamente de las masas. Habrá de ser preparada y llevada a cabo por los “trabajadores de las ideas”, como dicen los marxistas, es decir, por los intelectuales. Sin ellos no será posible revolucionar la sociedad civil, lo cual, como ya se vio, es el único modo de conquistar la sociedad política.

La revolución para Gramsci

Queda así clara la trascendencia de la figura del intelectual. La dirección intelectual de una sociedad, que se realiza a través de la educación, en el sentido amplio de la palabra, y que incluye tanto la creación y fomento de una concepción del hombre, del mundo, de la historia, como su continua transmisión a las nuevas generaciones, es requisito imprescindible para la instauración y para la perseverancia de una determinada forma social. Lo es también para lograr abatir y sustituir la forma que se quiere reemplazar. Eso y no otra cosa es la revolución. Una revolución que, como se advierte, antes que nada es cultural.

La receta de Gramsci es clara: conquistar “el mundo de las ideas”, para que lleguen a ser “las ideas del mundo”.

3. El intelectual de la praxis

Crítica a la cultura moderna: “La cultura moderna –escribe–, que es idealista, no consigue elaborar una cultura popular, no consigue dar un contenido moral y científico a sus programas escolares, los cuales quedan en esquemas abstractos y teóricos; sigue siendo la cultura de una reducida aristocracia espiritual”.

El intelectual: Filósofo es aquel que tiene una concepción del mundo, pero dicho filósofo sólo será cabal cuando produzca una norma de vida, una voluntad de transformación del mundo, afirma Gramsci sobre la base de la XI Tesis de Marx sobre Feuerbach: “Se puede decir que el valor histórico de una filosofía puede ser calculada por la eficacia práctica que esta filosofía ha conquistado”.
El filósofo de la praxis no será tal si se queda en lo meramente expositivo, si no intenta la transformación del sentido común, si no inculca en las masas este nuevo filosofar que acompaña y sistematiza la acción revolucionaria. El filósofo se vuelca a la praxis para penetrar a las masas de inteligencia revolucionaria.

4. El Partido como intelectual

Así como los partidos en el Estado burgués expresan y organizan la defensa de los intereses de una o varias clases sociales, constituyendo esos diversos partidos en el fondo un solo partido “ideológico”, en defensa y propagación de las ideas de las clases dirigentes, así el Partido revolucionario, el Partido Comunista, es esencialmente creador, organizador y difusor de una nueva concepción del mundo, la marxista.

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