No hay más que ver los
diarios, los noticieros o las redes sociales para darse cuenta que la Argentina
esta convulsionada hasta la médula. Por supuesto que soy consiente del rol que
tienen los medios de comunicación en toda esta batahola y que, como este
gobierno no les gusta, usan de todo lo que tienen a la mano para hacerlo caer.
No hace falta más que ver la foto que puso el diario Clarín sobre la golpiza al
hijo del jugador de San Lorenzo, Mercier, (foto trucada y desconocida por la
madre del golpeado) para darse cuenta de ello. Pero no puedo por eso desconocer
también que la inseguridad arrecia estas tierras más que nunca. No es, como dicen algunos, “una sensación”, tratando de
explicar de manera infantil el rol de los medios en todo esto, sino que es una
realidad palpable, usada por los medios de comunicación masivo.
La inseguridad
manifiesta una patria sangrante, su rápida y dolorosa disolución. Las causas
profundas no podemos buscarlas en el aumento del dólar, en la ley de
abastecimiento, en los fondos buitre. No. Las causas
son más profundas y espirituales.
La inseguridad
genera el odio y la venganza que son antivalores que no fundan ni sostienen en
el tiempo a una patria. Es verdad, como insisten muchos publicistas
del régimen, que debemos buscar la paz pero ¿qué paz? ¿La paz que da el mundo?
No, esa paz, seguro que no, pues es la paz en el desorden y lleva a la crueldad.
El Régimen nos
esta llevando a la guerra entre hermanos, esta incentivando a las débiles
conciencias a la revolución, al desorden y al caos. Nuestra identidad
hispana nunca ha buscado la revolución sino más bien la ha rechazado enérgicamente,
muchas veces, usando del recurso de la violencia. No crean que el desorden es
actual. Desde hace mucho tiempo que ha entrado la revolución en estos pagos. Por revolución entiendo todo lo que nos ha llevado a ser
lo que no somos y a imitar lo que no debemos imitar. En la Argentina de
hoy hay muchas ideas de nuestro ser más profundo que se han vuelto locas, se
han trastocado, han perdido su norte. Por ejemplo:
La aceptación del hombre
por ser hombre, con toda su dignidad, es una idea que heredamos de nuestros
padres hispanos. No fueron nuestros antepasados ni nosotros quienes
despreciamos al otro por ser diferente sino que fueron las patrias protestantes
las que han instalado en el mundo el rechazo al diferente por ser diferente. El Imperio Español, del que somos hijos, nunca rechazó a
nadie en su seno, sino más bien, buscó incorporarlo a la civilización.
Solo vean la increíble obra que realizaron los jesuitas con los guaraníes y se
van a dar cuenta de lo que digo. Nunca hemos
rechazado la mezcla entre las razas, ni las hemos segregado tratándolas como
seres inferiores a nosotros sino que, siguiendo el ejemplo de nuestros padres, la
hemos incentivado en el marco del orden natural, cuando los demás no solo no lo
permitían sino que masacraban a los del lugar de manera impúdica. Pero
nuestros padres y sus buenos hijos nunca han tenido buena prensa. Y sino me
creen, para dar testimonio, basta prestar atención a la gran nación del norte
en la que no ha quedado ningún piel roja, salvo en las reservas para ellos
dispuestas… y alejadas. Y basta ir a Bolivia, Ecuador, Colombia, México, en fin,
en toda la América profunda, para constatar que no
solo no hubo exterminio, como pretende la prensa amarillista y apátrida (con
sus adláteres, los nuevos revisionistas de izquierda, más rancios que los
viejos liberales) sino que hubo una simbiosis bien tramada y para el bien de
quienes habitaban estas tierras.
Pero no solo hemos
perdido esta virtud de humanidad, pues ahora aceptamos
hasta lo que atenta contra nuestro ser más profundo, contra nuestra identidad y
contra la humanidad toda sino que hemos perdido esa gran virtud que es
la honestidad. Dice Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad que el
español prefiere pedir la honestidad y el servicio a sus funcionarios a la
excelencia y la capacidad política. ¡Nosotros también Maeztu, nosotros también!
Si no veamos lo que demanda el pueblo argentino asqueado de tanta corrupción y
rápidamente veremos que demanda honestidad en los manejos del Estado. Y acá
quisiera hacer un paréntesis: si bien muchos de los que demandan honestidad serían
corruptos en un cargo político, veo ese pedido como un grito que emana de las
entrañas de la Tradición hispana y habla por boca de sus hijos, pues sin la
Gracia es muy difícil mantenerse en el bien. Cierro paréntesis. Los germanos no
piden honestidad en sus gobernantes (y no es que no tengan corruptos) sino que
piden eficiencia y capacidad de mando. Y aquí la gran diferencia entre el ser
germano y nuestro ser hispanoamericano.
Pero lo que más
demandamos hoy y no sabemos que era lo que mejor funcionaba en la época hispana,
es la justicia y la administración. Si pensamos que nunca hubo justicia o que
nunca hubo buenos administradores estamos en el error, pues la historia cuenta
otra cosa. Por ejemplo, en el pasado, cuando el virreinato quedaba vacante se
hacían cargo las Audiencias, qué eran los órganos de justicia americanos, lo
que nos muestra la importancia capital que tenía la justicia para el buen
funcionamiento institucional.
La importancia
de la justicia esta en el ser hispano. Ya Alfonso el Sabio en sus partidas (siglo
XIII) decía que justicia es “una de las
cosas, porque mejor, e mas endereçamente se mantiene el mundo” (Partida 3,
Título 1: “De la justicia”) y Juan de Solórzano Pereyra sostenía en su
“Política Indiana” que “No hay ley que
convenga a todas las provincias… porque siempre se ofrecen problemas nuevos”.
Fíjense que Solórzano escribía esto en 1647 y Juan Manuel de Rosas, junto a
gran parte del federalismo argentino, lo ejecutaba en la década del 30 del
siglo XIX.
En la época hispánica
los jueces caminaban los campos buscando prevenir el delito y no se quedaban
tranquilos en sus casas de fin de semana impartiendo justicia con el teléfono
celular. El sentido común y las circunstancias llevaban a los reyes a dar poder
de justicia y policía a los funcionarios que debían controlar la campaña, lugar
que muchas veces escapaba al control político. ¡Eso sí que era una justicia rápida
y realista y no el garantismo perverso que nos gobierna hoy en día y que nada
tiene que ver con nuestro ser más profundo!
Pero el buen
funcionamiento de la administración y de la justicia, la honestidad en los
manejos de los asuntos públicos y la aceptación del ser humano, como hijo de
Dios, no podía darse en el tiempo (como se dio) sin un espíritu realista y
cristiano.
Ni la administración y justicia, ni la honestidad ni la aceptación del otro por
ser mi hermano puede darse fuera de la Fe. Porque donde no esta Dios esta el
Hombre, donde no se adora a Dios se adora al Hombre. El tremendo mérito de los
españoles en estas tierras fue ese: querer traer la
Fe y hacer todo lo posible para incorporar a los pueblos del lugar y su fusión
a la civilización cristiana. Luego pensaron en la añadidura. El que
piense lo contrario, pruébelo.
Frente al
descontrol público en el que vive nuestra patria, a la inseguridad que disuelve
y mata a nuestros hermanos, a la justicia que se vende al mejor postor, debemos
volver con una mirada sincera y realista a nuestro pasado y saber que fue
glorioso, porque si seguimos despreciándolo nuestra culpa terminará con
nosotros y con nuestra patria. Nuestros hijos serán esclavos.