El triunfo electoral de Juan Domingo Perón en febrero de 1946 le dio aire a un facción de militares interesados por mantener la Revolución del 4 de junio pero legitimada por el voto popular. Era una muy buena estrategia, teniendo en cuenta que el mundo occidental giraba hacia la democracia de masas y que en nuestro país, las masas comenzaban a presionar por derechos laborales. El proyecto de Perón, que era el proyecto del GOU, no era más que la industrialización a través de la industria pesada aplicada a la guerra, siguiendo esa intuición del inminente estallido de la Tercera Guerra Mundial. La estrategia del Coronel fue apoyarse, en principio, en las Fuerzas Armadas que eran las que tenían el poder, y luego en el Sindicalismo, expresión de la nueva fuerza que nacía a la luz del cambio de modelo económico en la década del 30. El Sindicalismo debía ser transformado en corporación para encajar perfectamente en la naciente Comunidad Organizada.
El gran problema de los siguientes diez años fue que el “candidato de los militares” no quiso subordinarse a ellos sino más bien someterlos. Entonces, ¿qué utilizó para ello? La legitimidad que le daba el voto popular en una época posbélica que así lo demandaba. Y en esta estrategia encajó perfectamente Evita, la intermediaria entre él y el “pueblo”.
Su proyecto económico iba de la mano de su proyecto político: reordenar a la sociedad., esa masa indiferenciada que bajo el Estado liberal era utilizada en beneficio de la acumulación de capital y que por el hecho de presentarse como indiferenciada no tenía la capacidad de presión sobre los grupos que detentaban el poder.
Pero el gran inconveniente sería insertar a este nuevo actor social, los trabajadores, en un esquema donde ya tenían un rol. He aquí el gran problema del peronismo: acomodar a esta nueva corporación entre las existentes y darle un poder que no tenía. ¿Este esquema era el esquema del GOU o fue pensado por Perón para presionar a los militares quienes verdaderamente tenían el poder? No lo sabemos. La cuestión es que cuando los militares percibieron que Perón les había quitado el poder, conspiraron y lo derrocaron.
La peronización de las corporaciones solo funcionó en la corporación que estaba desordenada y sin un rumbo fijo: el sindicalismo, pues en todas las demás generó rechazos. Así, en 1954 entabló un conflicto con la Iglesia Católica quien era aliada de Perón, pero nunca se consideró su subordinada. La comunidad organizada funcionó hasta que las corporaciones tradicionales argentinas vieron sus derechos avasallados y sus intereses tocados. Mientras Perón les dio el rol que ellas querían y tenían en la sociedad, no hubo problemas. Pero cuando, por presión sindical tuvo que rearmar el tablero, surgió el conflicto. En realidad, la pieza maestra a mover eran las Fuerzas Armadas, quienes dentro del nuevo orden de cosas no debían intervenir en política sino someterse al Conductor, cosa que nunca aceptaron, por considerarse la corporación que atesoraba y defendía los verdaderos intereses de la Patria.
Fue así como Perón, sabiendo del asilamiento en el que estaba quedando con respecto a las corporaciones (verdaderos artífices de su nueva visión política) se abocó a la formación de un dirigencia sindical subordinada pero firme en su posición política. Los nuevos sindicalistas fueron educados dentro del nuevo esquema corporativo, esquema que no solo los necesitaba sino que los demandaba para sostenerse. Una vez desterrado, el General, depositó el Peronismo en ellos e hizo política a través de ellos.
La subordinación se puso en duda con el surgimiento de un dirigente sindical poderoso: Augusto Vandor, quien intentó llevar a ese Peronismo delegado (pero sin el derecho de utilizarlo libremente) al poder, negociando con los militares. He aquí la clave del surgimiento del kirchnerismo, aunque todavía parezca oscuro al lector. Frente a tamaña afrenta Perón intentó llamarlos al orden. Si bien el vandorismo no prosperó, el antecedente quedó y Perón no iba a dejar que la semilla fructifique. La perdida de la conducción sindical por el General suponía la perdida de todo poder sobre el Movimiento. Por ello desplegó una nueva estrategia de contención desde el exterior: el trasvasamiento generacional. Este documento de la década del 60 no es más que un llamado al orden a la “burocracia sindical”. El General estimulaba así el cambio generacional en la conducción sindical pues el mundo así lo determinaba. Los viejos debían dar un paso al costado y dejar a los jóvenes. Perón vio en la juventud una manera de presionar a los verdaderos conductores. Pero la juventud venía con nuevas ideas, ideas plantadas en sus mentes en Universidades y Escuelas Secundarias, amalgamadas por una situación nacional e internacional críticas.
El “entrismo”, estrategia de la Nueva Izquierda para ganarse al movimiento trabajador en la Argentina, fue utilizado por Perón para castigar a los maduros dirigentes sindicales, que alineados al vandorismo, buscaban una salida a tantos años de proscripción. La exaltación de cierto socialismo no fue más que práctica y coyuntural, nunca ideológica.
El nacimiento del movimiento Montoneros no es más que la permisión de Perón a los jóvenes de participar del Movimiento pero utilizándolos para presionar a quienes verdaderamente tenían el poder. Pero los jóvenes quisieron ser gobierno y nunca acataron el lugar que dispuso el General para ellos, fue así como el pacto silencioso se rompió con el asesinato del Secretario General de la CGT, Ignacio Rucci, y Perón se dio cuenta que estos “jóvenes idealistas” eran peligrosos y reaccionarios. La expulsión de la Plaza no es más que la expulsión del Movimiento y la declaración de guerra. A pesar de esto, ya era tarde. Quienes debían salvar a Perón habían sido eliminados por la política de Perón. El General se cavó su propia tumba.
Los años sucesivos a la muerte de Perón fueron años de caos dentro y fuera del Movimiento. Sin el líder que marcaba el tiempo, sin los dirigentes que se habían formado bajo la proscripción pero con cierta independencia de los dictados del Conductor, el peronismo entraba en un vacío de poder. Los “jóvenes idealistas” preparados para hacerse cargo del peronismo fueron dispersados por el gobierno militar. Y muchos aplicaron a la perfección la gran frase “desensillar, hasta que aclare”. Tuvo que volver la democracia para que el Peronismo resurja, pero ahora subordinado a los nuevos vientos del Norte. La gran crisis del 2001 dio paso a los “jóvenes idealistas”, encarnados por el Kirchnerismo, para tomar aquello que tanto anhelaron y que el vandorismo, Perón y los militares, les había negado.