IV.- EL SENTIDO COMÚN
Hemos visto con cuánta frecuencia
recurre Gramsci a la expresión "sentido común". No, por cierto, con
el significado clásico que le damos nosotros, de aquel sentido que se deriva
del conocimiento innato de los primeros principios, metafísicamente insitos en
el hombre, sino como el modo común de pensar, el común sentir de la gente, que
históricamente prevalece en la generalidad de los miembros de la sociedad. Él lo describe más o menos así: el sentido común, dice,
"o sea, la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy
pedestremente se llama ‘instinto’ y no es sino una adquisición histórica
también él, sólo que primitiva y elemental". Se lo llama
"instinto", pedestremente, afirma, como si fuese algo que brotase del
interior del hombre cuando en realidad no es sino algo histórico, algo creado.
¿Cómo
aparece el sentido común, por qué la gente piensa como piensa en Occidente,
por ejemplo, en Italia, en Argentina? Sabemos que los
contenidos del sentido común se expresan principalmente en el lenguaje
cotidiano. Vamos a ver cómo, entonces, considerando el lenguaje, uno
puede llegar a descubrir quién es el que hace el sentido común. Gramsci
analiza, a este propósito, algunos conceptos del idioma ruso, que conoció bien
ya que, como dije, estuvo varios años en Rusia. Allí las palabras
"Dios" y "ricos" son correlativas: Dios se dice
"Bog" y ricos se dice "bogati". Dios es el rico, la
riqueza; los ricos y Dios son cercanos, parientes. Como en latín, añade
Gramsci, "Deus", "dives", "divites",
"divitae" o sea Dios, el rico, los ricos, las riquezas, son palabras
aparentemente, semánticamente de la misma raíz. El mundo occidental entonces (e
incluso el mundo eslavo, por influjo del cristianismo) a diferencia del
asiático (la India, por ejemplo), une la concepción de Dios con la concepción
de "propiedad" y de "propietario", de modo que el concepto
de propiedad, así como es el centro de gravedad y la raíz de todo el sistema
jurídico occidental y cristiano, así lo es también de toda su estructura civil
y mental. Aun el concepto teológico de Dios, nota Gramsci, está a menudo
forjado según ese modelo: Dios es presentado como el propietario del mundo; así
en el Credo se lo llama creador y señor (Dominus, el que domina, el amo, el
patrón) del cielo y de la tierra. De este modo el
lenguaje va haciendo el sentido común. Pero el lenguaje es producto de los
hombres, de una consciente voluntad hegemónica, que quiere crear un modo común
de pensar en esa sociedad sobre la cual ejerce la hegemonía.
Gramsci intenta una definición: "El sentido
común es la filosofía de los no filósofos, es decir, la concepción del mundo
absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en los
que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio". El sentido común sería así la aceptación elemental de una
concepción del mundo, de una "Weltanschauung", para usar la
palabra alemana, elaborada por las mentes de las
clases hegemónicas, por la Iglesia, por la Universidad, por los colegios, por
todo lo que tiene poder ideológico, protegido coercitivamente por el poder
dominante. Por eso no se puede decir que en el
curso de todos los siglos haya habido un solo sentido común sino varios; o
mejor, dicho sentido común no es algo que brota espontáneamente del hombre,
sino algo que evoluciona con la historia, algo que brota de una conciencia, de
un poder, de una voluntad hegemónica, según la clase que ejerce la hegemonía,
lo cual –dice Gramsci– permite detectar restos superpuestos de sucesivas
concepciones del mundo, ideas que van quedando de las viejas cosmovisiones, ya
superadas, y que se mezclan con las ulteriores.
Gramsci exalta, por cierto, la
filosofía y la distingue del simple sentido común. "La filosofía – escribe– es un orden intelectual, cosa que no
pueden ser ni la religión ni el sentido común. La filosofía es la crítica y la
superación de la religión y del sentido común". Como se ve, considera
la filosofía en otro nivel; sin embargo, al tiempo que afirma que la filosofía
está muy por encima del sentido común, no teme decir que el "uomo qualunque" es filósofo, claro
que en un sentido lato. "Hay que
destruir el prejuicio, muy difundido, de que la filosofía sea algo muy difícil".
Una filosofía existe siempre en el pueblo, porque "todos los hombres son filósofos". ¿En razón de qué son
filósofos? En virtud del sentido común, porque este sentido
común implica toda una visión de la vida. El
sentido común se muestra así como una concepción del mundo elemental, acrítica,
no sistemática, pero que contiene ideas e ideas motoras. Gramsci subraya
este aspecto: no solamente contiene ideas teóricas
sino, ideas que conducen a un obrar determinado, a un hacer la historia, a un
transformar la historia, y desde este punto de vista el sentido común toca la
realidad, la modifica. Lo que al sentido común le falta en intensidad crítica y
en riesgo metodológico lo tiene en extensión, ya que "todo el mundo"
piensa así. El sentido común puede ser, por tanto, considerado como la
filosofía, la cultura de grandes estratos de la población, de la mayoría de la
sociedad.
Para Gramsci fue un tema
apasionante, y a mí me parece que lo es de veras, el estudio concreto de la
organización cultural que mantiene en vigencia el mundo ideológico en
determinado país y examinar su funcionamiento práctico, es decir, cómo llegó a
crear y logra mantener tal sentido común de dicha sociedad. Según él, la Iglesia y la enseñanza son las dos mayores
organizaciones culturales de cada país, aunque sólo fuera por el numeroso
personal que ocupan. Pero también hay que incluir entre esos forjadores del
sentido común a los periódicos, las revistas, la actividad editorial, e incluso
determinadas profesiones que implican en su actividad especializada una
fracción cultural nada desdeñable, por ejemplo la de los médicos, los militares
y los magistrados. De todas estas fuentes del
sentido común la religión es para Gramsci la principal, la religión prevalente.
Las diversas certezas del sentido común nacen
esencialmente de la religión, y, en Occidente, del cristianismo, ya que la
religión, si bien carece, según él dice, de carácter demostrativo o probatorio,
resulta de hecho la ideología más arraigada, más difundida. Es cierto que para
Gramsci la fe se mueve en un estadio pre-racional, infantil, propio de
sociedades atrasadas, no adultas. Partiendo de un presupuesto o prejuicio
que viene del siglo XVIII, opina que todo progreso en el conocimiento racional
equivale a una demostración de la vacuidad de la concepción trascendente del
mundo, de la inanidad de la religión, es decir, que todo progreso en el campo
de las ciencias implica un retroceso en el de la fe. Muévese ésta en el ámbito
del misterio; a medida que la ciencia adelanta, se va dejando cada vez menos
margen al misterio. Pero en el entretanto, mientras no se llegue a la
develación total del misterio por parte de la razón y de la ciencia, la
religión tiene de hecho una enorme vigencia histórica sobre el pueblo. "En las masas
en cuanto tales –afirma– la filosofía no puede vivirse sino como una fe.
Imagínese, por lo demás, la posición intelectual de un hombre del pueblo; ese
hombre se ha formado opiniones, convicciones, criterios de discernimiento y
normas de conducta. Todo propugnador de un punto de vista contrario al suyo
sabe, en cuanto sea intelectualmente superior, argumentar sus razones mejor que
él, le pone en jaque lógicamente, etc.; pero ¿basta eso para que el hombre de
pueblo tenga que alterar sus convicciones? ¿En qué elementos se funda, pues, su
filosofía, especialmente su filosofía en la forma que tiene para él importancia
mayor, en la forma de la norma de conducta? El elemento más importante es sin
duda de carácter no racional, de fe. Pero ¿en qué? Especialmente en el grupo
social al que pertenece, en la medida en que todo el grupo piensa difusamente
como él: el hombre de pueblo piensa que tantos como son no pueden equivocarse
así en conjunto, como quiere hacérselo creer el adversario argumentador. No
recuerda las razones en concreto, y no sabría repetirlas, pero sabe que existen
porque las ha oído exponer y quedó convencido de ellas".
Y acá señala Gramsci una
observación de gran interés. La religión o una
determinada Iglesia, dice, conserva su comunidad de fieles en la medida en que
mantiene la propia fe de un modo firme y permanente, repitiendo incansablemente
la misma doctrina. Gramsci piensa que la eficacia
mostrada por la Iglesia para llegar a crear el sentido común de la gente lo
debe en buena parte al hecho de haber repetido incansablemente la misma
doctrina, las mismas razones de su apologética, luchando en todo instante con
argumentos similares y conservando una jerarquía de intelectuales que dan a la
fe al menos la "apariencia" de la dignidad del pensamiento.
Otra de
las causas a que Gramsci atribuye el poder de las religiones, sobre todo
del cristianismo, es que, y esto resulta también muy interesante, a diferencia
de las filosofías modernas, idealistas, etc., que no lograron
"prender" en el pueblo, aquéllas supieron unir en una misma confesión
a los intelectuales y al pueblo fiel. Lo mismo que
cree el intelectual Santo Tomás es lo que cree la viejita analfabeta, si bien
con diversos niveles de penetración. La Iglesia ha sabido unir en una
misma confesión a estos dos extremos, digámoslo así. Citemos su texto: "La fuerza de
las religiones, y especialmente de la Iglesia católica, ha consistido y consiste
en el hecho de que siente enérgicamente la necesidad de la unión doctrinal de
toda la masa 'religiosa', y se esfuerza porque los estratos intelectualmente
superiores no se separen de los inferiores. La Iglesia romana ha sido siempre
la más tenaz en esa lucha por impedir que se formen 'oficialmente' dos
religiones, la de los 'intelectuales' y la de las 'almas sencillas'. En cambio
–agrega– una de las mayores debilidades de la filosofía inmanentista en general
consiste precisamente en no haber sabido crear una unidad ideológica entre lo
bajo y lo alto, entre los 'sencillos' y los 'intelectuales'".
Por eso, como veremos más adelante, Gramsci asignaba una enorme importancia a
la capacidad destructiva de la herejía modernista de comienzos de este siglo,
que de haber llegado a triunfar hubiera acabado por crear dos iglesias, la
Iglesia de los intelectuales racionalistas, y la Iglesia del pueblo, que iba
por su lado, y seguía con la fe de los padres, de sus padres.
Para
Gramsci esta unión del intelectual y del pueblo sencillo constituye una de las
claves de la extraña supervivencia y del influjo del catolicismo que él por
supuesto no podía explicar desde un punto de vista sobrenatural, que no tenía.
Era un hecho, algo fáctico. ¿Por qué duró tanto tiempo
la Iglesia? Para él no cabe otra explicación que ésta: la unidad monolítica
doctrinal entre lo más alto y lo más bajo. Aun cuando la Iglesia contiene en su
seno una élite culta y una masa primitiva, se ha negado siempre a separarlas,
cuidando de que los elementos fundamentales, a saber, la doctrina y la moral, o
sea lo que se cree y lo que se vive, sean los mismos para todos. La Iglesia nunca dejó de ser popular, llegando con su
enseñanza a toda la población, sobre todo a través de la instrucción de los
párrocos que en la práctica han hecho de cada parroquia una especie de
"comité" religioso, si se nos permite la expresión. La Iglesia ha
tenido eso; todos los domingos se reúne en cada barrio una gran cantidad de
fieles que oyen la misma doctrina y aprenden la misma moral. Esto sucede sobre
todo en el campo, observa Gramsci; los párrocos rurales son los principales
responsables de la creación del sentido común tradicional que impera en Europa.
El catecismo es la doctrina de los teólogos, pero desmenuzada, para que todos
la entiendan. Por eso Gramsci juzgaba que en Italia era la Iglesia la principal
alimentadora de ese sentido común cristiano que, como veremos, será preciso
erradicar, arrancar de cuajo, para que pueda prender el nuevo sentido común
materialista-inmanentista.
En
última instancia, lo que explica la existencia y la piel dura de un sentido
común concreto es el papel preponderante de los intelectuales, de los miembros
de las clases hegemónicas que han obtenido el consenso de las clases dominadas,
amalgamándolas en una cosmovisión común. Las clases hegemónicas, a través de
las diversas instituciones educativas, van creando una mentalidad uniformada,
detentando la dirección intelectual y moral de la sociedad civil, cosa mucho
más importante que lo que puede lograr la mera coerción de los órganos de la
sociedad política, como son el ejército, la policía y los tribunales.
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