La ambición de controlar la vida humana
desde la concepción a la muerte es la máxima expresión del imperialismo
integral, tal como hoy se manifiesta. Como vamos a ver, este imperialismo es
meta político, ya que procede de una concepción particular del hombre.
Por el P. Michel Schooyans,
PhD, PhLD, STD, profesor de la Universidad de Lovaina) (*)
Las expresiones políticas y no
políticas de este imperialismo no son más que las consecuencias perceptibles de
esta antropología. Esto nos va a llevar a aclarar la dimensión totalitaria de
este imperialismo, cuyos efectos todavía no se han mostrado en su totalidad.
Para analizar la génesis de este
imperialismo que está naciendo ante nuestros ojos, vamos a partir de la
ideología de la seguridad nacional.
Hacia la globalización
Desde el final de la guerra de
1939-1945, la diplomacia norteamericana ha estado grandemente dominada por el
tema de los "dos bloques". Con ciertas variaciones de acento, este
tema fundamental aparece bajo las etiquetas de guerra fría, enfrentamiento
Este-Oeste, zona de influencia, coexistencia pacífica, deshielo, distensión,
etc. Más, con motivo de la crisis petrolífera de
1973, algunos círculos norteamericanos empiezan a percibir la importancia de
otra división, la división Norte-Sur. El congreso de Bandung, en 1955,
presentaba ya el aspecto de un manifiesto y, poco a poco, los CNUCED y las
conferencias en la cumbre de países no alienados se imponen a la atención de
los países industrializados: desde Ginebra (1964) a Belgrado (1989), se ha
recorrido un camino apreciable. Durante todo este
tiempo, el diálogo Norte-Sur se organiza y se institucionaliza; los países del
Tercer mundo reivindican un Nuevo orden internacional.
En una obra publicada en
1970, Zbigniev Brzezinski había ya
atraído la atención sobre el tema. La crisis petrolífera de 1973 juega el papel
de un catalizador: si los países productores de petróleo pueden organizarse y
amenazar las bases de la economía de los países industrializados, ¿qué ocurrirá si los países pobres productores de materias
primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus condiciones a los países ricos?
Para conjurar el peligro, David Rockefeller, utilizando por cierto las tesis de
Brzezinski, transpone a la división Norte-Sur las recomendaciones que su
hermano había aplicado antes a la división Este-Oeste. Y lo que es más
importante, generaliza además, al conjunto del mundo, una visión cuyo alcance,
en 1969, estaba limitado, provisionalmente, al continente americano. Desde esta
perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia explícita de
Brzezinski, organiza la "Comisión
Trilateral": los EE.UU., Europa occidental y el Japón deben ponerse de
acuerdo frente al Tercer mundo, que parece querer organizarse y del que
dependen los países industrializados para importar materias primas y energía, y
para dar salida a sus productos [2]. Y el
Tercer mundo está en plena expansión demográfica.
La amenaza que pesa sobre la
seguridad de los países ricos proviene, según ellos, de los países pobres. Las
economías dependen ahora unas de otras, los pases ricos no deben devorarse
entre sí, deben al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar
sus privilegios. Las empresas multinacionales
aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de la dominación;
llevan a cabo una industrialización que al mismo
tiempo se encargan de limitar. Gracias a los centros de decisión de la
metrópolis, hacen posible el control de los costos de mano de obra. Mantienen
un chantaje basado en la amenaza del traslado de fábricas, en caso de que
consideren exorbitantes las reivindicaciones de los trabajadores locales.
Organizan la competencia y, al mismo tiempo, la controlan, ya que las
relaciones de competencia quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre
los que las desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial, un
factor de división que hay que alimentar para seguir dominando. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados,
protegen, en caso necesario, sus oligopolios, y vigilan y, en ocasiones, frenan
el desarrollo económico de las naciones satélites. Por su parte, la
investigación científica deberá intensificarse y concertarse para garantizar el
mantenimiento de un avance constante y decisivo con respecto a los países menos
desarrollados. La alta tecnología será exportada con gran parsimonia, para que
los países más avanzados en el camino del desarrollo no puedan competir con la
producción sofisticada cuyo monopolio quieren conservar celosamente los países
de la era post-industrial.
¡Multimillonarios de todos los países, uníos!
Se
trata de construir un nuevo orden mundial, de tipo corporativista, lo que se ha
hecho urgente -se asegura- en razón de la interdependencia de las naciones.
Pero lo que sucedía ya a escala panamericana, se produce ahora a escala
mundial: se pasa rápidamente de la interdependencia a la dependencia. Todos los
países, en efecto, no presentan un mismo nivel de desarrollo; en razón de su
presencia y compromisos en todo el mundo, los EE.UU. se consideran con derecho
a arrogarse una misión de liderazgo mundial. A esta misión deben asociarse las
naciones ricas y las clases ricas del mundo entero; la
seguridad, su propia seguridad, debe constituir la preocupación común y
predominante de los ricos. Esta preocupación justifica, por su parte, la
constitución de un frente común mundial, una unión
sagrada, si quieren conservar sus privilegios. Con respecto a este
imperativo de seguridad común, todos los factores de divergencia entre ricos no
tienen sino una importancia relativa o incluso secundaria.
Este
frente común mundial sólo podrá articularse a partir de los EE.UU. y bajo su
liderazgo. En razón de su desarrollo y de su riqueza, Europa occidental
y Japón serán asociados, a título de aliados privilegiados, a la empresa de
seguridad común. Todo ese bloque constituido por las naciones ricas deberá
esforzarse en controlar el desarrollo en el mundo en general. La austeridad ha dejado de ser una virtud: es un deber.
Frenar el crecimiento, frenar la capacidad de
producción y practicar el maltusianismo económico se imponen tanto más -se nos
dice- cuanto que hay que proteger el entorno amenazado por la contaminación.
Y así, la justificación teórica del "crecimiento cero" vio la
luz en 1972 en el Informe Meadows, y ha sido difundida por el Club de
Roma, empresas ambas generosamente financiadas por el grupo Rockefeller [3].
Los
países comunistas tampoco deberían quedar al margen de este proyecto de
seguridad global. China merece una atención
excepcional. Está probado -como ya hemos visto
[4]- que la despiadada política demográfica llevada a cabo en China popular ha
sido apoyada e incluso estimulada por algunos círculos norteamericanos y
occidentales inquietos por la aparición de un nuevo "peligro
amarillo".
Los países del Tercer mundo
deberán, pues, aceptar un programa "global". Como los países ricos
necesitan sus recursos, estos países en vías de desarrollo no podrán sentirse
irritados o escandalizados por el mantenimiento de antiguos métodos de
explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo habrá de hacerse bajo
control; llegado el caso, podrá alabarse la virtud del compañerismo podrán, por
ejemplo, transferirse a su territorio algunas
industrias contaminantes, declaradas indeseables en los países desarrollados [LA
MINERÍA A CIELO ABIERTO, LA PESCA INDISCRIMINADA
LA PAPELERA BOTNIA
Y MUCHAS MÁS]. En cualquier caso, habrá que impedir que se organicen
para esquivar la vigilancia de las naciones poderosas.
De
todas maneras, al igual que existen límites para el crecimiento económico,
también los hay para el crecimiento político. Así lo
subrayaba Samuel P. Huntington en un Informe para la Comisión trilateral
sobre la gobernabilidad de las democracias: "Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables
para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites
potencialmente deseables para la extensión de la democracia política."
[5]
Estamos, pues, ante una
formulación de alcance mundial del antiguo
mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta
formulación tiene de esencialmente nuevo y original:
este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las
naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres.
Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen
una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad. De lo que se trata,
en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más
exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los
ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección
de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el
contener el despegue de la población pobre: "¡Multimillonarios
de todos los países, uníos!"
Así reinterpretada, la doctrina
de la contención resurge como el Fénix renace de sus cenizas. Son las tesis principales de esta doctrina las que inspiran
el proyecto universalista actual de los EE.UU. Europa occidental y Japón están
asociados de manera especial a este proyecto a título de cómplices y de
objetivos al mismo tiempo.
Una élite dominante internacional
La preocupación por la seguridad
debe ser global. La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias partes, se
percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad
es primeramente demográfica. Esta nueva
doctrina exige la utilización de instrumentos de acción eficaces. Estos
instrumentos son de orden político, educativo, científico, económico y
tecnológico. La libertad de iniciativa de las universidades y centros de
investigación será orientada o incluso anulada, y su función crítica será muy
disminuida. Las subvenciones estarán subordinadas a
la complacencia con la que dichos organismos acepten plegarse a unos programas
de investigación definidos por la minoría dominante [6]. [Y SINO VER COMO
FUNCIONA EL ESTABLISHMENT CIENTIFICO EN EE UU EN LA PELICULA “Expelled: No
Intelligence Allowed”]
Esta minoría concederá una gran
importancia al estudio de los problemas ecológicos, pues de ese modo será
posible convencer a los países satélites para que se resignen a la austeridad o
a la pobreza: "Small is beautiful" [7] [AL GORE ES UN
GRAN REPRESENTANTE DE ESTA TENDENCIA Y TODAS LAS ONG SATELITE]. Esta
misma minoría financiará las investigaciones sobre la reproducción, la
fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la llamada "bomba P"
Las
universidades, convertidas en "repetidores", junto con los medios de
comunicación, se encargarán de difundir por todo el mundo, dramatizándolas, las
tesis maltusianas, tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas
[8]. El programa de acción será conciso. Se pondrá
de relieve la escasez de materias primas y la fragilidad del medio ambiente.
Estos datos serán presentados como necesidades determinadas por la naturaleza,
y el volumen de la población habrá de calcularse necesariamente de acuerdo con
estos datos.
De esta forma se reúnen las
condiciones fundamentales que caracterizan objetivamente a un régimen de tipo
fascista. Para Juan Bosch, el "pentagonismo" era la explotación del
pueblo norteamericano por una minoría norteamericana [9]. En la actualidad, el pentagonismo se ha universalizado y
la minoría dominante se ha internacionalizado. Esta
minoría estará constituida por "personas con recursos", que se
sentirán halagadas al ser admitidas en grupos "informales", más o
menos conocidos (como el grupo de Bilderberg, la Trilateral o el Club de
Roma) u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arrogará
la misión de regentar el mundo y tendrá bajo control a todo un cuerpo
internacional de intelectuales, ya sean cómplices o utilizados como
instrumentos involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No será
necesaria la constitución de instituciones complejas, ni conseguir funciones
representativas o cargos ejecutivos: una vez que haya adoptado la ideología de
la seguridad demográfica, esta "élite" se apresurará a recurrir, con
gran aplicación, a la táctica de la infiltración.
Un
proyecto tan global y totalizador requiere necesariamente unos dispositivos
jurídicos y políticos apropiados. En cuanto una
"élite" acepta su propia "colonización ideológica",
esta misma "élite" se separa del pueblo y pasa a ser capaz de todas
las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como repetidor de
un centro de poder de un tipo totalmente nuevo, que evocaremos para terminar.
Del Estado al Imperio totalitario
El imperio que está ahora
construyéndose no tiene, en efecto, precedente alguno en la historia.
El fascismo, el nazismo y el
comunismo soviético son ejemplos perfectos de totalitarismos. En estos tres
casos, el Estado transciende al ciudadano; es el enemigo del yo en todas sus
dimensiones: física, psicológica y espiritual [10]. Requiere de los individuos
una sumisión perfecta y exige, si lo considera oportuno, que se le sacrifique
la vida. Este Estado somete el matrimonio, la
procreación, la familia y la educación a un control muy estricto. Más concretamente, la familia queda sometida a una
vigilancia particular, pues en ella es donde se forman las bases de la
personalidad del niño. El Estado totalitario
que conocemos en la historia actual se esfuerza, pues, en sustraer al niño de
la influencia familiar y le proporciona una educación integral. Este Estado
inhibe la capacidad personal de juicio y de decisión; instaura una policía de
ideas; culpabiliza y adoctrina, desprograma y reprograma. Impone una nueva
ideología, organiza el culto del jefe e instituye una nueva religión civil.
La experiencia totalitaria se
origina dentro de un Estado particular que se convierte en trampolín de un
proyecto imperialista. La misión este Estado particular será definida y
`legitimada' mediante la ideología totalitaria. El Estado particular no sólo es
conocido, sino enaltecido. Y finalmente, una ideología supuestamente científica
precipita en las tinieblas del oscurantismo a los que no se adhieran a la
misma. El proyecto imperialista y totalitario que
está tomando cuerpo ante nuestros ojos incrédulos presenta unas características
totalmente asombrosas si se le compara con las que marcaron los sueños
imperiales de Mussolini, Stalin o Hitler. Este
imperio naciente tiene de increíble que no procede esencialmente de las
ambiciones de hegemonía de un Estado particular. Tampoco es la emanación
de una coalición de Estados y, lo que es más, como ya hemos visto, le vienen
muy bien las desigualdades, e incluso las divisiones entre naciones y hasta se
ingenia en sacar partido de ellas. El imperio que está
construyéndose es un imperio de clase que emana del consenso establecido, por
encima de las fronteras, por la internacional de la riqueza.
Por
tanto, en ausencia de un Estado de contornos visibles, en el marco de este
imperialismo de clase, nadie sabe quién decide ni quién es responsable. El lenguaje parece totalmente desconectado del sujeto que
lo produce; todo es anónimo, impersonal y secreto. El productor del mensaje ideológico está oculto. No cabe, pues, someter el discurso al juicio personal:
está listo para el consumo: frío, objetivo e imperativo. Evidentemente, aún
cuando estén ocultos, el discurso es producido por sujetos, y éstos lo producen
con destino a otros sujetos llamados a consumirlo. Pero si el sujeto productor de la ideología rompiera el
secreto que le ampara, no podría seguir reivindicando la impersonalidad y la
objetividad puras. La dimensión subjetiva, utilitaria, interesada, hipotética
de su discurso se pondría inmediatamente de manifiesto. El alcance
supuestamente universal de su discurso, al igual que las pretensiones
`científicas' con que se reviste, aparecerían en seguida como lo que son: un
engaño. El productor de ideología debe, pues, guardar el secreto: es
omnipresente, pero inaprensible.
De
este modo, el secreto mismo introduce una falsedad en el núcleo del discurso.
No existe diálogo entre personas que intercambian libremente sus juicios y sus
proyectos con voluntad de claridad. Uno de los interlocutores quiere permanecer
en la sombra y quiere que el destinatario de su discurso ignore su identidad y
sus intenciones. Todo discurso está, pues, desde un principio, marcado por la
voluntad de engaño de la persona que lo emite. El
lenguaje, que debería ser el prototipo de la mediación entre personas, se
convierte en el medio por excelencia de la posesión de los demás. Como
el sujeto productor de discursos no dice nunca quién es realmente, todo lo que
dice está tachado de disimulo y engaño. Sus palabras se transforman en
instrumentos de agresión contra la inteligencia y la voluntad de los
destinatarios de las mismas. [CLARAMENTE HABLA DE LA MASONERÍA ]
Este discurso violenta a las
personas que lo reciben, reduciéndolas a la condición de receptáculos pasivos
de una verdad venida de fuera, de depositarios de un saber alienado, alienante y hasta esotérico. De un
saber supuestamente científico, cuya revelación ha sido hecha a sus iniciados,
según éstos creen, gracias a su competencia, de un saber que les procura las
bases del papel mesiánico que les corresponde para abrir por fin a la sociedad
humana el camino de la felicidad...[EL EVOLUCIONISMO ES UN CLARO EJEMPLO
DE ESTA ACTITUD]
Pues ¿qué nuevos territorios
quedan todavía por conquistar? Las nuevas fronteras del
imperialismo ya no son físicas; coinciden con las de la humanidad entera.
No basta decir que hay que alienar al hombre, o que hay que poseerlo en todas
las dimensiones de su yo. Lo que hay que hacer emerger es un hombre nuevo, completamente
purgado de sus creencias pasadas, de su moral sexual, familiar, social, de su
creencia en el valor personal de cada hombre y de su creencia en Dios, sobre
todo en un Dios que se revela en la historia con el fin de asociar al hombre a
su designio de creación, de salvación y de amor.
Nos encontramos así, en el nuevo
imperialismo, ante la tercera característica del totalitarismo. El nuevo
imperialismo, como vimos antes, no emana de un Estado particular, sino de la
clase internacional de los ricos y pudientes. En cambio, como ya hemos dicho,
este nuevo imperialismo está desprovisto de un "duce" o
"jefe", pues los que lo fomentan cuidan de no dejarse ver. En cuanto al tercer punto, sin embargo, vamos a ver que la
nueva clase imperial vuelve a las fuentes de la tradición totalitaria clásica:
divulga una ideología donde se encuentra, según ella, el fundamento de su
`legitimidad'.
La ideología de la seguridad demográfica
La ideología en cuestión es la
ideología de la seguridad demográfica [11]. Según palabras de Marx, la ideología presenta siempre una imagen invertida de la
realidad y procede siempre de una falsa conciencia. La ideología esconde siempre los intereses de sus autores.
Los juicios que emite, y que constituyen la textura misma de la ideología, no
pasan de ser hipotéticos. Y lo son incluso en dos sentidos: deben responder a
una doble condición, que corresponde, a su vez, a la doble función que se
espera de la ideología. Debe, por un lado, disimular ante los ojos de los
autores de la ideología las verdaderas razones de su propio discurso. La
ideología está aquí al servicio de la mala fe del ideólogo. Concretamente, la
ideología de la seguridad demográfica es una intelectualización que disimula,
ante los ojos de la misma clase imperialista, las verdaderas razones que
motivan su conducta e inspiran su discurso. Por otro lado, esta ideología tiene
por función el seducir a los que se invita -o fuerza- a adoptarla. Las mujeres
que se hacen abortar y los pobres a los que se esteriliza son `programados'
para que hagan suyo el punto de vista que sobre ellos tienen los que desean su
alienación.
De
esta forma, la ideología de la seguridad demográfica significa el inicio de una
doble perversión. Del lado de sus autores, engendra el doblez; son ellos
las primeras víctimas de la racionalización que confeccionan. Y como le colocan
a su construcción ideológica la etiqueta de la ciencia, se impiden el ir a
buscar fuera de su propia construcción la luz que podría sacarles de la prisión
espiritual que fabrican para otros, pero en la que ellos mismos se encierran.
Del lado de los destinatarios, engendra el consentimiento a la propia sumisión
y les confirma en su alienación. Hasta el presente, nos encontramos ante la más
peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo.
¿Una nueva humanidad?
Pero esto no es todo. La
perversión esencial de esta ideología, de que son víctimas tanto sus autores
como aquellos a los que va dirigida, es que procede por antífrasis: al mal le
llama bien. Se niega la trasgresión de la ley moral;
la conciencia individual sólo puede referirse a sí misma o, más exactamente, a
los intérpretes autorizados de la trascendencia social que le dicen lo que
puede desear o debe querer.
Esta
ideología sirve de fundamento a las instituciones políticas y jurídicas que le
sirven. El derecho, por ejemplo, que debería,
por definición, aplicar sus esfuerzos a la instauración de la justicia para
todos, es objeto de una manipulación ideológica en provecho de la minoría
dominante constituida por la internacional de la riqueza. Mas si, como
individuos, los miembros de la minoría dominante son generalmente
inaprensibles, no por ello es imposible hacerse una idea bastante clara sobre el
espíritu que les anima. La identidad de esta nueva
clase imperialista puede determinarse fácilmente remontando desde la ideología
que produce y desde los destinatarios de la misma.
El discurso ideológico de la
nueva clase imperialista tiene un contenido bastante burdo. Empieza afirmándose como principio el acontecimiento
liberador de la muerte de Dios. Este principio es `liberador' se nos dice,
porque Dios impide la autonomía del hombre y su felicidad. Así pues, Dios debe
morir, e incluso hay que ayudarle a morir, para que el hombre pueda vivir y
tomar por fin su destino entre sus solas manos. Cumplida esta condición, la
nueva humanidad puede nacer, y de este parto deben ocuparse los iniciados.
En
este nacimiento, el papel de algunos médicos `ilustrados' será determinante y,
al mismo tiempo, contradictorio. A ellos corresponderá el denunciar las
`creencias pasadas', `precientíficas', así como los `tabús' que acompañan a
dichas creencias. Son ellos quienes definirán esta tarea, pero su misión
se fundará sobre la afirmación e esos mismos postulados [12]. Necesitan una
ideología para `legitimar' su papel, pero son ellos los que definen el
contenido de dicha ideología. Los tecnócratas médicos que regentan el nuevo
imperio no se avergüenzan de semejante petición de principio. Pretenden que el
objetivo que ha de procurarse a toda costa es la seguridad demográfica, pero es
el imperativo de la seguridad demográfica el que se supone que funda la
`legitimidad' de la tecnocracia.
Con el
apoyo valeroso de los demógrafos, los tecnócratas se disponen a asistir a la
humanidad en el parto del `sentido' de que su evolución es portadora.
Están llamados a ejercer una nueva medicina: una medicina del cuerpo social más
que del individuo [13]. Una medicina que consiste en
administrar la vida humana como se administra una materia prima; en constituir
una nueva moral basada sobre el nuevo sentido de la vida; en penetrar en la
política con el fin de engendrar una sociedad nueva; en derruir la concepción
tradicional de la familia disociando, con una eficacia total, la dimensión
amorosa y la dimensión procreadora de la sexualidad humana; en transferir a la
sociedad la gestión de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en
proceder, con ello, a una selección rigurosa de los que serán autorizados a
transmitir la vida: temas todos ellos que han sido dolorosamente experimentados
en la historia, incluso reciente, pero que aquí se reactivan con energía y se
integran en un cuadro lúgubre y mortífero.
Y en estos temas predominantemente
neo-maltusianos vienen a injertarse otros temas maltusianos clásicos. La felicidad de la sociedad humana -se nos dice- exige no
sólo una selección cualitativa; requiere igualmente la determinación de unos
límites cuantitativos. "Nosotros sabemos" que los recursos
disponibles son limitados, y que una planificación realmente eficaz de la
población mundial es condición indispensable para la supervivencia de la
humanidad. "Nosotros sabemos" que esta necesidad es particularmente
urgente en el Tercer mundo, donde puede observarse una trágica desproporción
entre los recursos vitales y el crecimiento de la población.
Una nueva religión civil
La ideología imperialista
pretende ser una ideología de oclusión de toda trascendencia que no sea la
trascendencia social. El discurso en que se presenta es estrictamente
hipotético, en el sentido que ha sido explicado más arriba: es el reflejo de la voluntad de los que lo emiten [14].
Tiene una función utilitaria, pero no tiene valor de
verdad. Es útil para los que lo emiten y se
presenta como un lenguaje universal; pero es la imagen invertida de los
intereses particulares de los ricos y de los poderosos. No tiene ningún valor de verdad porque, en su principio
mismo, se refugia en el aislamiento: el pensamiento se elabora en recintos
cerrados al mundo exterior. Es la expresión más reciente de la antigua
tradición cientificista, con una formulación orientada en provecho de las
ciencias biomédicas. Sólo los métodos de esas ciencias pueden proporcionarnos
-se nos asegura- unos conocimientos ciertos, y sólo estas ciencias pueden
aportar al hombre la respuesta a sus interrogantes más radicales.
Este
discurso cientificista ignora toda posible búsqueda filosófica -y con mayor
razón teológica- de la verdad del hombre, la sociedad y el mundo. En
particular, queda excluido todo discurso sobre un ser trascendente
extramundano. La idea misma de una referencia
creadora común a todos los hombres es declarada a priori sin sentido: es inútil
considerarla siquiera. De ahora en adelante, una vez reconocida la
muerte del padre, la fraternidad deja de ser posible y no hay una participación
en una existencia recibida de un mismo creador. Sólo
existe la voluntad pura. La sociedad se
declara trascendente: una nueva religión civil ha nacido, un nuevo ateísmo
político, un nuevo reino, cuyas divinidades paganas llevan por nombre poder,
eficacia, riqueza, posesión y saber. Los que son ricos, sabios y
poderosos demuestran, gracias a su triunfo sobre los débiles, que están
justificados para ejercer un papel mesiánico. En ellos se encuentra en efecto,
tanto la medida de sí mismos como la de los demás.
Esta
ideología mesiánica y herméticamente laica, así
como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a
los demás hombres. Hay que programarlos
física y psicológicamente; hay que planificar su producción y su educación;
para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente, y contar con la búsqueda
del placer. Pero al mismo tiempo, habrá que
alienar a las parejas, quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento
sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas maestras de las fuerzas
imperialistas, deberán ejercer un control total sobre la calidad y la cantidad
de seres humanos.
Este discurso ideológico, que
tiene la virtud de eliminar el sentido de la responsabilidad y la capacidad de
acción en las personas, ejerce además la misma influencia en el plano de la
sociedad. Para el Tercer Mundo, en particular, estas
ideas son totalmente desastrosas. Consisten
en hacer creer que la pobreza es natural, que es una fatalidad estrictamente
ligada a un exceso de crecimiento demográfico. Junto a esa consideración
cuantitativa, se insinuará también, siguiendo a Galton (1822-1911), que la
pobreza de los pobres es la mejor prueba posible de su mediocridad natural.
No hay que dejarles, pues, llenar el mundo, tanto por su propio bien como por
el bien general. El uno y el otro recomiendan que el
número de pobres sea calculado en función de la utilidad que representen
[15].
Porque según la ideología que
estamos examinando, la utilidad es el criterio único que debe tenerse en cuenta
a la hora de admitir la entrada de un ser humano a la existencia. ¿Produce o
consume bienes? ¿Produce beneficios o placer? Si las respuestas son negativas,
el nuevo ser es nocivo: es un enemigo. Y como nada garantiza siquiera que, de
ser útil lo seguirá siendo siempre, el ser humano constituye así una amenaza
permanente para la seguridad de sus semejantes.
El pan-imperialismo totalitario...
Finalmente, y lógicamente, la ideología
de la seguridad demográfica tiene por fundamento y término el punto de
referencia único de la muerte. La ejecución del niño
por nacer camufla la violencia de nuestra sociedad, tanto más cuanto que la
materialidad de esta ejecución se realiza de manera furtiva [16]. El niño abortado es la víctima propiciatoria a la que se
transfiere la violencia de nuestra sociedad. Es mi oponente, mi rival, es un
obstáculo para mis intereses, para mi placer y para mi vida; es la causa de la
pobreza, el obstáculo para el desarrollo. Va a desear lo que deseo, primero en
el terreno del tener y luego en el terreno del ser. Va a surgir en la vida como
mi doble: está de más; hay que suprimirlo.
Pero no se trata aquí de una
violencia de menor cuantía, o de una violencia simbólica como las que aparecen
en la historia de las civilizaciones y en la mitología. El niño muerto en el seno de su madre no es sacrificado: no se le hace
sagrado para proteger la cohesión de la comunidad humana [17]. Es ejecutado sin que la violencia sea expulsada de la
sociedad humana. Pues una sociedad totalmente
laica ha de desacralizarlo todo, incluida la vida, y desmitificarlo todo,
incluida la víctima propiciatoria. El sufrimiento y la muerte constituyen, en
efecto, el absoluto sin sentido que justifica la rebelión contra el Padre. Por
lo tanto, el niño al que se mata significa la destrucción del Padre Su
ejecución no conjura la violencia; anuncia al contrario mucha más violencia.
Salvo una fuerza mayor, nada puede ni debe limitar mi
fuerza. Y lo que es más grave, una de las funciones de la ideología es la de
disimular esa violencia ilimitada sustrayéndola al control de la razón. Así pues, la legalización del aborto señala la inminencia
del retorno de un delirio irracional, disimulado bajo el camuflaje engañoso de
una ideología de autoprotección.
La ideología neo-imperialista de
la seguridad demográfica puede, pues, considerarse bastante cercana de la
ideología nazi; es, en realidad, en más de un sentido, una extrapolación de la
misma. Mientras que el nazismo se presentaba como una nacional-socialismo, en
el neo-imperialismo actual los métodos se han refinado. No se trata ya de
un imperialismo predominantemente militar, como entre los romanos, o
predominantemente económico, como en la Inglaterra victoriana,
se trata de un imperialismo de naturaleza claramente totalitaria. Los ideólogos han hecho un esfuerzo notable para disimular
mejor sus designios. El papel de la ideología
se ha hecho más importante: la conquista y el dominio de los cuerpos pasa actualmente
por el dominio de las inteligencias y de las voluntades, y viceversa.
Estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el pan-imperialismo, donde el
control de las almas es tan importante como el de los cuerpos.
...y "meta político"
Y finalmente, como su inspiración
directa es la forma más reciente del cientificismo, este pan-imperialismo es de
naturaleza meta política: se esfuerza en hacer triunfar
una nueva concepción de la vida humana en la que ésta sólo tiene sentido a la
luz de la trascendencia social. El
pan-imperialismo se caracteriza, en efecto y ante todo, por la concepción
particular del hombre que está por encima del ámbito de lo político. En nombre de esa antropología, el nuevo imperialismo ocupa
las estructuras que le son necesarias para su poder: políticas, científicas,
económicas, informativas, jurídicas, militares, religiosas, etc. Todas estas
estructuras transmiten el poder imperialista, como por hipóstasis, hasta los
confines de la tierra.
El
Estado totalitario clásico es todopoderoso dentro de sus fronteras, pero este
poder está limitado por el poder de los demás Estados. Se encarna en un príncipe (o un gobierno) que puede
identificarse, que es visible y, por lo tanto, alcanzable, expuesto a una
posible agresión y, por lo tanto, destruible. Aquí, en cambio, la revolución
parece imposible, pues el príncipe de este mundo se cuida bien de no desvelar
su rostro (cfr. Juan y, 44). El imperio meta político aspira a una
supremacía incondicional e incondicionada; no quiere conocer o reconocer ni
iguales ni rivales.
Los medios de comunicación, que
tienen una función de información, tienen también, en el marco de este proyecto
totalizador, una función de ocultación indispensable. No se toleran los
vaticinios de Casandra, a menos que se garantice que no serán tomados en serio.
La información ha de ser tratada según los intereses de los que la producen y
según los gustos de los que la consumen. La
colonización de la opinión debe tener efectos tranquilizadores en los unos y
angustiantes en los otros. Lo único que de
verdad importa es la seguridad de los pudientes; los débiles no tienen precio:
los ricos pueden, pues, disponer de ellos a su antojo y exiliarlos fuera de las
fronteras de la humanidad.
Los proyectos de la legalización
del aborto no son, en suma, como hemos visto, más que la parte visible de un
iceberg que oculta muchos peligros.
Citas:
1. "Between
two ages. America's role in the technotronic era", Harmondsworth,
Penguin, 1978. Nuestra exposición de las ideas de Brzezinski sigue muy de
cerca esta obra.
2. En francés, la "Trilatérale" ha sido
estudiada sobre todo en "Le Monde
diplomatique". Véase, por ejemplo, de Diana Johnstone: "Les puissances économiques qui
soutiennent Carter", no. 272 (noviembre de 1976), pp. 1,13 y ss.; de
Jean-Pierre Cot: "Un grand dessein
conservateur pour l'Amérique", no. 282 (septiembre de 1977), pp. 2-3;
de Pierre Dommergues, "L'essor du
conservatisme américain", no. 290 (mayo de 1978), pp. 6-9.
3. Cfr. "Halte a la croissance".
4. Cfr., más arriba, p. 163.
5. Cfr., de Michel Crozier, Samuel P.
Huntington y Joji Watanuki, "The
crisis of democracy", Nueva York, New York University Press, 1975, p.
115.
6. Cfr. "Between two ages", pp. 9-12 y ss. Comentando las ideas
de Brzezinski al respecto, Anthony Arblaster escribe: "It is depressing enough that intellectuals should be willing to
accept the roles which Brzezinski foresees for them specialists [...] involved
[...] in government undertakings and house ideologues for those in power-. But
the subordination of intellectuals to the state and its requirements does not
occur only at the individual level. There is a strengthening tendency for the
institutions within which [...] most intellectuals now work, also to be shaped
according to the particular political priorities of a particular
government" ("Ideology and
intellectuals", en: Knowledge and belief in politics, de
Benewick y otros, pp. 115-129; la cita es de las pp. 123 y s.)
7. Alusión a la obra de E.F. Schumacher, "Small is beautiful. Economics as if
people mattered", Nueva York, Perennial Library, 1975.
8. Cfr. Daniel Bell, "The end of ideology. on the exhaustion of political ideas in the
fifties", Nueva York-Londres, Free Press Paperback, 1965.
9. Véase, de Juan Bosch, "El pentagonismo, sustituto del imperialismo",
Madrid, Crónica de un siglo, 1968, y especialmente: pp. 18-21.
10. Sobre el totalitarismo,
véase, de Jean-Jacques Walter, "Les
machines totalitaires", París, Denoel, 1982; de Igor Chafarevitch, Le phénomene
socialiste, París, Seuil, 1977; de Hannah Arendt, The origins of
totalitarianism, Nueva York, Meridian Books, 1959.
11. Por su postura en materia de
demografía, la Iglesia
constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU. Ésta es la
tesis presentada con gran fuerza por un autor al que difícilmente puede
tacharse de excesivo progresismo: Stephen D. Mumford, en: "American democracy & the Vatican. Population growth &
national security"", Nueva York, Humanist Press, 1984. Complétese
con: "Role of abortion in control of
global population growth", de Stephen D. Mumford y Elton Kessel, en: "Clinics in obstetrics and
gynaecology", t.13 (marzo de 1986), p. 19-31; sobre Kessel, véase, de
L. Weill-Halle, L'avortement de papa, p.53.
12. Cfr., más arriba, p. 176.
13. Cfr., p. 123.
14. Cfr., más arriba, p. 112-118.
15. Cfr., pp. 166 y 178-181.
16. Cuanto menor es la percepción
que de la víctima tiene el verdugo, menor es el control que éste tiene de su
agresividad. Cfr., de Stanley Milgram, "Soumission a l'autorité. Un point
de vue expérimental", París, Calmann-Lévy, 1984.
17. Cfr., de René Girard,
"La violence et le sacré", París, Grasset, 1972.
(*) Monseñor Michel Schooyans es un sacerdote belga, Dr. en
Sociología y en Filosofía, profesor emérito de la Universidad Católica
de Lovaina y miembro consultor permanente en el Consejo Pontificio para la Familia , presidido por el
cardenal Alfonso López Trujillo. Desde hace años investiga la cuestión
demográfica, en particular las mentiras y falacias que se propagan en
torno al «problema del crecimiento poblacional mundial», sobre todo a partir
del famoso Memorando Secreto 200/74, elaborado por Henry Kissinger por pedido
de Gerald Ford, en ese entonces Presidente de EE.UU.
(Nota de José Arturo Quarracino)
muy bueno, y muy terrible a la vez
ResponderEliminarInteresante, no entiendo por qué la etiqueta de masonería.
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