"La primera ley de la historia es no atreverse a mentir, la segunda, no temer decir la verdad" Su Santidad Leon XIII

sábado, 6 de octubre de 2012

¿Qué buscamos de la marcha del 8 de noviembre?


Un buen médico para poder curar definitivamente a su paciente debe hacer un buen diagnóstico. El diagnóstico es lo que le va a marcar el camino a seguir para extirpar esa enfermedad. Por lo que se ve, gran parte del éxito de la cura esta en el diagnóstico y para lograr uno acertado es necesario tener la historia clínica del paciente. 

En las sociedades pasa algo parecido. Cuando las sociedades están “enfermas”, cuando viven en el caos social permanente y no logran salir de esa situación, para curarla hay que hacer un buen diagnóstico y para hacer un buen diagnóstico es preciso conocer su historia y sobre todo, el ideal de sociedad saludable al que queremos llevarla.



Nuestra sociedad nació de las entrañas de la tierra, nuestra organización ha sido, en su mayoría espontánea, y no impuesta desde afuera. Si bien, las Leyes de Indias eran el marco legal en América, ellas eran muy respetuosas de la “espontaneidad social”.  Podemos decir que hemos seguido lo que Vazquez de Mella resumía de manera excepcional en un discurso en el Congreso el 18 de junio de 1907:

Toda persona tiene como atributo jurídico lo que se llama autarquía; es decir, tiene el derecho de realizar su fin, y para realizarlo, tiene que emplear su actividad y, por tanto, tiene derecho a que otra persona no se interponga con su acción entre el sujeto de ese derecho y el fin que haya de alcanzar y realizar. Eso sucede en toda persona. Y como, para cumplir ese fin, que se va extendiendo y dilatando, no basta la órbita de la familia, por sus necesidades individuales y familiares, y para satisfacerlas viene una más amplia esfera y surge el municipio como senado de las familias. Y como en los municipios existe la misma necesidad de perfección y protección, y es demasiado restringida su órbita para que toda la grandeza y la perfección humana estén contenidas en ella, surge una escena más grande, se va dilatando por las comarcas y las clases hasta construir la región. De este modo, desde la familia, cimiento y base de la sociedad, nace una serie ascendente de personas colectivas que constituye lo que yo he llamado la soberanía social […].”

Las ciudades de Salta de Tucumán, de Buenos Aires, de Santa Fe, de Asunción fueron un conglomerado de familias con un fin, pero dicho fin no pudo alcanzarse dentro de las familias por eso debió canalizarlo el Cabildo, el municipio.
                                           
Hacia 1820 esas ciudades dieron lugar a las provincias y las provincias a la nación. Esto es la soberanía social de la que habla Mella. La Nación preexiste al Estado y no al revés.

La lucha entre federales y unitarios no es más que esa. Los primeros consideran que la Nación es creación espontánea. Así, las finalidades del individuo y la colectividad son satisfechas dentro de las familias, de las regiones, de las ciudades o de las provincias,  pero necesitan de una soberanía política, como la llama Mella, para proteger y cooperar en la obtención de estos objetivos, individuales y colectivos. Los segundos consideran que el Estado es “creador” de la nación, el Estado es dispensador de todos los derechos y deberes, el Estado es TODO. No hay sociedades que preceda al Estado.

En la primera alternativa el Estado es una consecuencia lógica de una sociedad en progreso. En la segunda alternativa, el Estado es causa de la sociedad, sociedad que ya existe pero que debe rehacerse bajo los parámetros estatales liberales.

Los federales argentinos, con todos sus aciertos y con todos sus errores, muchas veces con teorías eclécticas, buscaron dar una respuesta a las necesidades familiares, comunales, provinciales y nacionales. Los unitarios, considerando, muchas veces despectivamente, que las familias, las comunas y las provincias, no podían saber cuales eran las verdaderas finalidades a perseguir para hacer una nación grande y poderosa, proponían guiar ellos “desde arriba”, desde el Estado, el curso social. De ahí siempre su urgencia constitucionalista, de ahí su desprecio hacia “lo popular” bien entendido.

Cuando Juan Manuel de Rosas llegó al poder buscó cooperar y proteger a la soberanía social. ¿Pero si siempre estuvo en guerra, me dirán?  Primero y principal, en guerra contra los unitarios que querían fagocitar a la soberanía social en la soberanía política. Segundo, en guerra contra los intereses extranjeros que venían a imponer un modelo que destruía la espontaneidad social de nuestra patria en pos de un beneficio puramente comercial para ellos. Por otro lado, ¿si en una familia nos cuesta ponernos de acuerdo en cuanto a los fines a perseguir, imagínense en un municipio, una ciudad, una provincia, en una nación!? Con esto no es que quiero justificar las cosas que Rosas ha hecho mal sino más bien rescatar su intención: encauzar la espontaneidad social y nunca violentar sus objetivos, por eso él era quien manejaba las Relaciones Exteriores y los recursos de la Aduana y no intervenía en la organización social y política de las provincias ni en sus cuentas. Lo hizo sí, desde el manejo de la Aduana, cosa imposible de evitar estando esta en la provincia de Buenos Aires y queriendo la nación incorporar a Buenos Aires porque por tradición la consideraban hermana.

La derrota de Rosas supuso la llegada de los unitarios al poder y con los unitarios la destrucción de la soberanía social y el primado de la soberanía política. De ahí en adelante el Estado no ha dejado lugar a las autonomías familiares, municipales y provinciales y se ha metido en todo lo que no le compete.

Leamos a Vázquez de Mella:

El absolutismo es la ilimitación jurídica del Poder, y consiste en la invasión de la soberanía superior política en la soberanía social; cuando la soberanía social se niega en un pueblo porque la soberanía política la invade, empieza por las regiones, sigue por las comarcas y municipios y llega hasta las familias; y no encontrando ya los derechos innatos del hombre en medio de asociación permanente que esté fuera de la acción del Estado y que le sirva de escudo para desarrollarse, los individuos mismos quedan sujetos a la tiranía del Estado; y entonces, identificándose las dos soberanías, nacen los grandes socialismos políticos, precursores de los económicos, por la absorción de todos esos órganos en uno. La confusión de la soberanía social y política es la característica de las sociedades modernas. Esta es la hora en que no hay una sola entidad, una sola corporación, una sola sociedad natural y de aquellas que de las naturales se derivan, que no pueda levantarse contra el Estado y demandarle por algún robo de algunas de sus facultades y de sus atributos.”

Para que haya soberanía social debe haber libertad e independencia, en las familias, en los municipios, en las provincias. Sino hay libertad e independencia no se podrán lograr los fines individuales y colectivos. En un mundo como el de hoy, la libertad e independencia la da la autarquía, o sea, la posibilidad de sustentarse materialmente.



En nuestro país hay dos fenómenos que se dan paralelamente. En primer lugar, la falta de libertad e independencia por la falta de autarquía, casi imposible de lograr en la economía argentina. Por otro lado, la intromisión del Estado en las libertades individuales y colectivas coartando la independencia de los pocos órganos intermedios que quedan: los mal llamados “nuevos derechos”, la injusticia en el repartimiento de los recursos nacionales a través de la Ley de Coparticipación, etc. Nos quitan la independencia económica y nos quitan la independencia social y la única que nos queda es la política, pero que para poder ejercerla debemos someternos a sus reglas, que no son para nada santas.  Este estrechamiento de lo económico y social no es más que para engrosar las filas burocráticas del Estado, destruyendo la libre asociación familiar y social para buscar los fines naturales y materiales y las autonomías municipales y provinciales, que son las únicas que pueden restringir el poder a este Estado Todopoderoso. También para mantener al ejército sostenedor de esta democracia, no por convicción sino por necesidad.

Por eso la manifestación social del 13 de septiembre salió de las entrañas de las familias argentinas que, si bien no racionalizan esta situación expuesta, sienten que sus libertades económicas y sociales se están restringiendo y que no quieren transigir en política. El endurecimiento del Ejecutivo sobre la sociedad es el Estado contra la Sociedad. Hoy estamos frente a este combate: la soberanía política, el Estado manejado despóticamente por el Ejecutivo, quiere terminar de fagocitar lo que queda de soberanía social, pero la Sociedad se niega y se levanta para defender los derechos que la ayuden a cumplir con sus deberes y llegar a sus fines, ya sea de manera individual como de manera colectiva.



El siguiente paso es que la sociedad tome conciencia que el Estado no es ni debe ser dispensador de derechos y deberes, sino más bien protector y cooperador en la búsqueda de los fines sociales. Debemos, como conjunto de familias, corporaciones, grupos sociales, llamar al orden a la soberanía política y demostrarle cual es su verdadera finalidad. Si, habiendo advertido a la soberanía política de sus desmadres y no teniendo respuestas, debemos encauzar nosotros mismos este proceso sino queremos crear, por desidia o desinterés, un Estado Totalitario. 

2 comentarios:

  1. Desde la América de la clase media hasta los pasillos del poder en Washington y el epicentro financiero global de Manhattan, Michael Moore lleva una vez más a los espectadores por un sendero sin explorar.
    Con humor e indignación, Capitalismo: una historia de amor plantea una pregunta tabú: ¿cuál es el precio que paga Estados Unidos por su amor al capitalismo? http://bit.ly/QECm6Z

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  2. Cuando quienes ocupan el lugar de privilegio
    que implica gobernar, por mandato de sus iguales, se apropian del derecho supremo de la Libertad de sus con-ciudadanos, convierten al estado en un desquicio, atropellan la
    Constitución y las Leyes, y son los auténticos subversivos, los destituyentes, los que quiebran el Derecho. Se ponen fuera de la Ley. Ergo, SON DELINCUENTES.

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