A continuación cito un texto coordinado por el prestigioso historiador Lucena Salmoral en el que se exponen las principales características del pueblo Azteca. Con solo leerlo nos podemos dar cuenta lo que quieren nuestros “amigos” los indigenistas: imperialismo, crueldad, expropiación y muchas cosas más. ¡¿Esto queremos para Hispanoamérica?!
La organización social de los Aztecas
“A grandes rasgos, los mexica pueden ser divididos en dos grupos: los poseedores y los desposeídos, los dominantes y los dominados. La realidad se muestra después mucho más compleja, pues cada grupo suele subdividirse de acuerdo a muchos criterios. El factor diferenciador es la posesión o no de tierra, el principal medio de producción, teóricamente reservado a los señores, guerreros y comerciantes. Otro aspecto, generalmente ligado a éste, es el tipo de tributo que debían pagar. Las diferenciaciones no son tajantes y hubo artesanos que llegaron a poseer tierra y macehualtin que estuvieron exentos del pago del tributo. La riqueza y el prestigio fueron cobrando una importancia cada vez mayor, creando incipientes clases intermedias, al menos en Tenochtitlan.” (p. 370)
“Había movilidad social, más teórica que práctica. Un individuo podía progresar destacando en la guerra, el sacerdocio o el comercio. La primera era considerada la actividad por excelencia del azteca y en ella los hijos de los nobles refrendaban el prestigio heredado, y los plebeyos podían encumbrarse a la nobleza. Para ello era necesario capturar guerreros enemigos en el combate, principalmente gente de Huexotzinco, Tlaxcala o Atlixcoi Por supuesto, la superior instrucción militar de los nobles y el trato de favor que recibían en la lucha facilitaban su promoción. El comercio se convirtió en la alternativa fundamental, creando numerosas, tensiones en el interior de la sociedad. Los comerciantes labraban su ascenso ofreciendo costosas fiestas en las que intercambiaban sus riquezas por un prestigio que los ponía en condiciones de acrecentarlas. El grado más alto lo obtenían sacrificando esclavos comprados. Cualquiera que pudiera costear el sacrificio ritual de un esclavo, elevaba su estatus. Pocos alcanzaban este costoso honor.” (p. 371)
El estamento dominante
“(…) gente común que ascendía a la nobleza tenían un lugar de reunión separado del resto de los nobles. Recibían el nombre de nobles-águila o nobles-tigre y estaban exentos del pago de tributo. Siempre se les recordaba su origen humilde, pero sus hijos eran pipiltin desde que nacían. Tenían otras limitaciones, como no poder usar en sus trajes guerreros ciertas plumas e insignias, reservadas a los nobles de cuna, o no poder tener renteros.”
“La posesión de tierras cultivadas por renteros daba a los nobles independencia para dedicarse a los asuntos de la guerra y ocupar cargos públicos. Tenían tribunales particulares y escuelas exclusivas. Sólo los nobles podían ser polígamos y les estaban reservados ciertos distintivos que denotaban su estatus. El uso indebido de estos símbolos estaba fuertemente castigado.” (p. 371-372)
El estamento dominado
“En él entraba la mayor parte de la población. Fuera de las grandes ciudades su ocupación principal era el cultivo de la tierra (…)” (p. 372)
A los cincuenta y dos años los hombres quedaban exentos del pago del tributo, al tiempo que se les autorizaba a consumir bebidas alcohólicas. (…) En la categoría de rentero no figuraban sólo agricultores, sino que había también artesanos y comerciantes que pagaban con el producto de su trabajo. Todos contribuían a surtir las necesidades del señor.
Otro grupo estaba constituido por los inadecuadamente llamados esclavos. Dos tipos diferentes de personas han sido incluidos aquí. Por un lado estaban los que efectuaban algún trabajo para otro como pago de bienes recibidos con anticipación, para solventar una deuda o como condena por un delito, principalmente por robo. En muchos estudios se dice que estas personas se vendían, pero no perdían su condición social ni sus bienes. Eran libres para casarse o para tener servidores y se liberaban de la obligación contraída pagando la cantidad que habían recibido. Por ello parece ser un tipo de contrato. Quien no cumplía sus compromisos y era amonestado públicamente por tres veces, podía ser transferido a otro «amo». Si esta situación se repetía tres veces, podía ser destinado al sacrificio. Estos sí pueden ser considerados un tipo de esclavos, pues no tenían libertad ninguna y se disponía de su vida. (p. 372-373)
Incurrían en la esclavitud para el sacrificio, además de los ya mencionados, los prisioneros de guerra. (p. 373)
Los mexica eran muy aficionados a los juegos, sobre todo al de pelota y al patolli (especie de parchís), llegando a apostarse en ellos a sí mismos, con lo que la derrota los convertía en tlacotin (singular tlacotli, “esclavo”) (p. 373)
En los calpulli que tenían tierra, ésta era poseída comunalmente, adjudicándose parcelas a sus componentes para que las cultivaran. Quien dejaba de hacerlo durante dos años, las perdía. Cuando un mexica creía que el lote que le había correspondido no era bueno, o se sentía con fuerzas para realizar más trabajo, podía rentar tierras de otro calpulli o de un señor.
Los matrimonios no seguían una regla fija de endogamia o exogamia, y sólo estaba prohibido en los grados más próximos de parentesco. Un individuo podía cambiar de calpulli, lo que indica una pérdida de importancia de la relación de parentesco.
Al frente del calpulli estaba el calpúllec, asesorado por los ancianos. Llevaba el registro de las parcelas y se cuidaba de que el grupo cultivara las de las viudas, los impedidos y las destinadas al beneficio de la comunidad.
El calpulli actuaba de forma corporativa para dar tributos o servicios, incluidos los guerreros, y tenía dioses y templos particulares. En cada uno había una casa de jóvenes (telpochcalli) en la que se impartía la instrucción obligatoria que convertía a los muchachos en miembros de la comunidad. De allí salían para casarse, después de haber aprendido las artes de la guerra y las pautas de conducta que les permitirían desenvolverse en la sociedad. Al frente de estas casas se encontraba un telpochtlato («el que habla a los jóvenes») que inculcaba en sus discípulos el rígido y austero sentido de la vida del mexica. Los niños aprendían de sus padres los diversos oficios, ya que lo más frecuente era que siguieran la profesión familiar. De sus madres aprendían las niñas las labores de la casa (cocina y tejido). (p. 373)
Imperialismo
Tenochtitlan se fue convirtiendo en un centro administrativo en el que las materias primas importadas eran transformadas en objetos manufacturados. El mantenimiento de la creciente población de la ciudad exigió cada vez más alimentos.
Para obtener el tributo, los mexica se valieron de la guerra, en la que alcanzaron una fiera reputación. La guerra contra lugares sometidos era declarada cuando una provincia o pueblo se rebelaba o no pagaba el tributo debido. Los mexica instigaban a la población rebelde a deponer a sus señores y entregarlos, y si no lo hacían, atacaban. En el primer caso, se restablecía el estado de cosas anterior, pues se consideraba que el pueblo no era culpable de la actuación de sus gobernantes. En el segundo, se aumentaba considerablemente la carga tributaria.
Para declarar la guerra a lugares independientes se consideraban motivos suficientes la muerte de mercaderes mexica, la muerte u ofensas a embajadores o el no reconocimiento de la superioridad de los dioses azteca. No era difícil comenzar las hostilidades allá donde querían. Con la creciente expansión del imperio, las campañas se fueron haciendo largas y costosas. La victoria se definía generalmente por el incendio del templo principal o la captura de los gobernantes, y no solían ser muy sangrientas. Aunque hubo excepciones, y se produjeron pillajes, se trataba de mantener la capacidad productiva de los lugares que se sometían para que estuvieran en condiciones de satisfacer las exigencias del tributo. La cuantía de éste dependía de la riqueza de la región y del grado de resistencia que hubieran ofrecido. La periodicidad dependía de los lugares y los productos, siendo las más frecuentes ochenta días, medio año y un año. El tributo que debía pagar cada región no estaba compuesto exclusivamente de lo que se producía en ella. Todo lo contrario. La creciente demanda de Tenochtitlan amplió también la oferta que hacía, lo que obligó a ir diversificando la economía de las provincias para convertirlas en consumidoras de lo que la capital exportaba. Sólo así pudieron lograr que aumentaran su producción. Uno de los incentivos para el desarrollo provincial fue el exigir como tributo bienes no producidos localmente, obligando a la periferia a establecer nexos comerciales que les permitieran cumplir con las exigencias de la metrópoli. De esta forma, se desarrollaron centros comerciales y metrópolis locales que servían de puente entre la producción y el consumo de la capital y los de las provincias, extendiendo poco a poco al resto del imperio el proceso de transformación que había sufrido Tenochtitlan. (p. 380)
Guerra y guerreros
La actividad fundamental de cada hombre mexica era la guerra. Con su participación en ella cumplía la obligación de dar de comer sangre al sol, bien ofreciendo la suya propia o la de los prisioneros que capturara. Este era el baremo para definir el rango de un guerrero: el número de prisioneros que había capturado. No todos valían lo mismo. Era preferible capturar a un capitán o señor o a un soldado de Tlaxcala, Huexotzinco o Atlixco. Cuatro prisioneros de una de estas regiones otorgaban el grado de capitán.
Por ello se creó la «guerra florida», que se realizaba contra los estados vecinos de Cholula, Tlaxcala, Huexotzinco, etc. Se fijaba una fecha y un lugar para el combate y lo único que se perseguía era la obtención de prisioneros para el sacrificio. No obstante, se produjeron fuertes fricciones, como cuando los tlaxcaltecas capturaron a un hijo del tlatoani de Tenochtitlan. Las guerras de «entrenamiento» se fueron convirtiendo en agudas enemistades. (p. 381)
Además de esto, los mexica debían mantener continuamente un ejército en campaña y tenían guarniciones militares en provincias tendentes a la rebelión y en las fronteras con enemigos poderosos, como eran los tarascos.
(…) Una conquista solía terminar con el incendio del templo de la ciudad, lo que significaba la derrota del defensor. En los códices, un templo incendiado junto con un topónimo significa la conquista del sitio.
La Religión
El aparato del estado estaba íntimamente ligado a la religión, que presidía todos los actos. Las conquistas se realizaban en nombre del dios mexica, Huitzilopochtli, y la no aceptación de la superioridad de los dioses mexica era considerada causa suficiente para declarar la guerra. La vida estaba regida por un elaborado calendario religioso y los diversos dioses presidían cada actividad y cada festividad. Los ascensos sociales eran sancionados mediante el patrocinio de una ceremonia religiosa. (p. 386)
Cosmovisión
Los mexica situaban la tierra en el centro del mundo (p. 388)
Organización religiosa
Los sacerdotes estaban encargados de mantener el culto en los numerosos templos y sus asistentes debían asegurarse de que siempre hubiera leña para mantener los fuegos encendidos. Cada barrio tenía su templo y era responsable del avituallamiento del mismo. Los templos principales disponían de tierras, de las cuales se sustentaban los sacerdotes y el culto.
La religiosidad del pueblo mexica quedaba plasmada en el ritual. Un elaborado calendario señalaba cuándo debían ser realizadas las fiestas dedicadas a los diferentes dioses. Todas las grandes ceremonias tenían aspectos comunes: eran públicas, solemnes y espectaculares. Los celebrantes, sacerdotes y eventualmente el patrocinador de la fiesta, se purificaban antes ayunando durante un determinado periodo de tiempo y haciendo penitencias como no dormir, bañarse a media noche en agua fría y sangrarse. La sangre era la principal ofrenda a los dioses. Llegada la fiesta, se celebraban banquetes, en los que a veces se comía la carne de algún sacrificado, bailes, cantos, juegos y sacrificios, desde codornices hasta seres humanos. Los mexica eran muy aficionados a los juegos, que se practicaban como diversión o en un contexto ritual. Los principales eran el patolli, un juego parecido al parchís, y el tlachtli o juego de pelota. Este estuvo muy extendido por Mesoamérica. Se jugaba entre dos bandos, en un campo en forma de I, cerrado por banquetas, en las que estaban situados dos aros verticales. El juego consistía en hacer pasar una pelota de caucho macizo de un lado al otro del campo, golpeándola con los codos, las rodillas y las caderas. Cuando un equipo fallaba en su intento, daba puntos a su contrincante. Si uno de los dos bandos lograba que la pelota pasara por el aro, ganaba automáticamente y podía quedarse con lo que portaran los adversarios y los espectadores. Parece ser que esta hazaña no fue muy frecuente. Hay muchas representaciones de dioses jugando a la pelota en los códices. La apuesta formaba parte del juego, pudiendo apostarse un jugador a sí mismo. El juego de pelota más conocido de la historia mexica fue disputado por Motecuhzoma Xocoyotzin y Nezahualpilli de Texcoco. El motivo fue un desacuerdo entre los adivinos de Tenochtitlan y los de Texcoco. Éstos pronosticaron que Motecuhzoma perdería su reino y aquéllos lo desmintieron. Los tlatoque decidieron dejar que la suerte probara quiénes tenían razón. Si Nezahualpilli perdía, entregaría su señorío, y si ganaba sólo consintió en aceptar unos guajolotes. Motecuhzoma ganó los dos primeros juegos y perdió los tres siguientes. La historia verificó que los adivinos de Texcoco estaban más próximos a la verdad.
Los mexica ofrendaban comida ritual, codornices, palomas y, sobre todo, seres humanos. Quizá sea este tipo de sacrificio el rasgo más debatido de su cultura, hasta el punto de eclipsar otros más importantes. Como ya hemos visto, los hombres debían alimentar al sol para que el mundo continuara su marcha. Y el sol se nutría de sangre humana. En casi todas las fiestas de los meses había sacrificios humanos. Eran destinados a él los guerreros apresados en combate y los esclavos. A Tláloc y a los dioses relacionados con él se les ofrendaban niños, que morían ahogados. La forma más común de sacrificio era la ablación del corazón en vida. La víctima, ataviada como el dios al que era ofrecido, subía a lo alto del templo, y allí, mientras varios sacerdotes le sujetaban los brazos, las piernas y la cabeza, otro le abría el pecho con un cuchillo de obsidiana o pedernal y extraía el corazón. Era frecuente que la carne de la víctima fuera consumida en un banquete ritual, en el que el ofrendante no participaba.
Otros métodos eran el flechamiento y el «sacrificio gladiatorio». Este era considerado un honor y se reservaba a los prisioneros prestigiosos. La víctima era atada de un tobillo a una piedra circular, con una cuerda, y recibía armas de madera y pluma, con las que debía enfrentarse a cuatro guerreros escogidos. Si los vencía, aparecía un quinto, zurdo. Si lograba derrotarlo, ganaba su libertad. Si perdía, recibía la muerte mediante la extracción del corazón. Solamente se registra el caso de un guerrero que saliera airoso. Tlalhuicole, un capitán tlaxcalteca capturado, ayudó a los mexica en una campaña contra los tarascos. El tlatoani le ofreció el perdón, pero el tlaxcalteca pidió ser sacrificado. Venció a sus oponentes, pero rechazó la libertad.
Las fuentes difieren sobre si pidió ser sacrificado o se arrojó desde las gradas del templo. Si un macehualli capturado conseguía huir y regresar a su tierra era perdonado, pero si un noble hacía lo mismo, sus propios vecinos lo mataban.
Los comerciantes y los que desempeñaban oficios productivos podían comprar esclavos para el sacrificio, ofreciendo así el equivalente de un prisionero. La dificultad estribaba en el precio de los esclavos de sacrificio, que era muy elevado.
En las grandes solemnidades, como la coronación de un huey tlatoani o la inauguración de un templo, crecía el número de sacrificios. Un nuevo gobernante generalmente emprendía una guerra para obtener víctimas para su festival. Fray Diego Duran, un fraile dominico que escribió a finales del siglo xvi, atribuye a la inauguración del Templo Mayor de Tenochtitlan en 1487, bajo el mandato de Ahuítzotl, 80.400 sacrificios, cifra absolutamente descabellada.
Se han atribuido toda suerte de causas a esta «sed de sangre» mexica. La teoría con más éxito ha sido la proteínica, que considera que el consumo de carne humana suplía la escasez de animales. Dos argumentos de peso se oponen a ella. El primero es que, aun aceptando las cifras más altas de sacrificios, la ración anual de carne que suministrarían a Tenochtitlan era muy pequeña. Además, las clases altas, a quienes llegaba preferentemente la carne humana, eran las mejor alimentadas, con un acceso más fácil a la carne animal. El segundo es la propia dieta mexica. Ya hemos visto que la carne no era tan escasa, pese a la carencia de animales domésticos de gran tamaño. Las deficiencias eran cubiertas por el consumo de tecuitlatl.
Tampoco es viable que el motivo fuera el control de la población, dado que la mayoría de los sacrificados eran hombres jóvenes. Parece que el fundamento era ideológico, justificando a través de un mito un régimen de terror que fortalecía el poderío mexica. El templo principal de Tenochtitlan era el Mayor. En su cima había dos recintos, dedicados a Tláloc y Huitzilopochtli. Tláloc, en el lado norte, era un dios antiguo, de gran tradición en Mesoamérica, protector de los recursos naturales. Como dios de las aguas celestes, superficiales y subterráneas, era el dios con más presencia en la cosmovisión mexica, y aseguraba la vida posibilitando que se lograran las cosechas. Huitzilopochtli, en el lado sur, era el dios tribal mexica y uno de los aspectos de Tezcatlipoca. Como dios solar y de la guerra, aseguraba la vida a través del control de los tributos obtenidos en las conquistas. El Templo Mayor resumía la interacción ideológica y económica del imperio.
La religión regía los destinos de los hombres, y éstos se preocupaban de que fueran todo lo favorables que se pudiera. Por ello era constante la consulta del calendario, que permitía conocer las influencias fastas y nefastas que se concentraban en un día determinado. Cualquier acción era emprendida en un día favorable a ella. Los encargados del manejo de los calendarios recibían el nombre de tonalpouhque (singular: tonalpouhqui, «lector de destinos») y eran consultados frecuentemente. Los niños solían recibir como nombre el del día de su nacimiento. Si la influencia era mala, se trataba de contrarrestarla retrasando la ceremonia de la imposición del nombre a un día favorable. Los tonalpouhqui disponían de tonalámatl («libro de destinos»), donde estaban escritos los días y sus características.
Fuente: Salmoral, Lucena: Historia de Iberoamérica. Prehistoria e Historia Antigua. Tomo I. Madrid, Cátedra, 1987.
¿Eres idiota?
ResponderEliminar¿Por?
ResponderEliminar