A continuación comparto con todos uds. el discurso leído en el Acto de la Independencia en uno de los Colegios donde doy clase.
Hoy estamos reunidos aquí para conmemorar los
ciento noventa y seis años de la declaración de la independencia. Me gustaría
compartir algunas palabras con Uds. en este día tan especial para la Patria,
para nuestra Patria.
Si bien la declaración de independencia se dio
en situaciones gravísimas ya sea dentro como fuera de la patria, hubo quienes,
sin importar nada, se jugaron e hicieron “lo
que querían y tenían que hacer”. Dejaron esposa e hijos, dejaron afectos y
negocios, dejaron tierras y costumbres, todo para no someterse al espíritu
materialista que se venía proponiendo desde Europa. Lo hicieron principalmente
para guardar aquello que consideraron primordial para ellos, para sus
familiares y para sus futuros hijos y nietos y por respeto a sus abuelos y
antepasados. Lo hicieron para no perder el espíritu, lo hicieron para no
dejarse ganar por el Capitalismo que se presentaba avasallante, este sistema
perverso que basaba (y lo sigue haciendo hoy) todo en la acumulación de
capital, recurriendo a la usura y a la competencia ilimitada y destructiva. Por
algo la Iglesia condena la usura diciendo que empobrece y esclaviza a los
hombres. Los próceres se dieron cuenta que si esto prosperaba, toda la
felicidad por la que peleaban para sí y para sus sucesores, se perdería y esta
tierra se transformaría en una tierra asolada por el capital.
Muchas veces les dicen a uds. que hay que
imitar a estos hombres en el amor que ellos tenían por la Patria, que hay que
jugarse por el otro tal como lo hicieron ellos, todo para hacer grande este
país. Pero, la gran incógnita antes de imitar a los próceres es preguntarse si uds.
aman a la Patria ¿La sienten como suya, tal como sienten a su familia, a sus
padres? ¿o es una palabra más que aprenden
en la escuela junto al himno y la bandera pero que no les remite nada, no los moviliza
nada?
Ahora lo pienso yo por uds, denme esa licencia.
Si la Patria es ver a mis padres trabajando sin descanso y cuando van al
supermercado no pueden llevar todo lo
que necesitan porque no les alcanza el dinero de su sueldo: yo no amo a la
Patria. Si la Patria son los políticos corruptos que descaradamente le roban el
dinero y las esperanzas a miles de hermanos míos, que se enriquecen vilmente
delante de nuestras narices: yo no amo a la Patria. Si la Patria es la muerte a
la vuelta de la esquina en manos de un adolescente que rápidamente se
transforma en inimputable por una justicia corrupta y una ley injusta, dejando
familias desvastadas moral y económicamente: yo no amo a la Patria. Si la
Patria es entregar los recursos de nuestro suelo y subsuelo a intereses
foráneos e individualistas para que los exploten y así empobrezcan cada vez más
a mi pueblo: definitivamente, yo, ni ninguna persona de buena voluntad, amará
esta Patria, ni ninguna que se le parezca. Si lo vemos así, diremos tal como
Artigas antes de morir y enterarse de que la Banda Oriental se había
independizado siguiendo los designios de Gran Bretaña: “ya no tengo Patria”. Lo peor es que quedarse sin Patria es quedarse
sin historia, sin tradiciones, sin hogar, sin familia… es quedarse sin alma. Y si
estamos así, estamos en problemas.
Pero, todo esto que mencioné y que vivimos a
diario, uds. y yo, no es la Patria, sino la usurpación que han hecho de ella quienes
no la aman, quienes no la sienten, quienes solo la quieren para enriquecerse y
vivir una vida “plena y feliz”… a
costa de los demás. Definitivamente no entienden nada del amor y se mueven por
el odio que irradia su individualismo más atroz. Pobre de ellos, no me gustaría
estar en sus zapatos cuando haya que rendir cuentas.
La Patria es el hogar de nuestros padres,
nuestros abuelos y nuestros antepasados, es la tierra que les dio todo lo
necesario para vestirse, para comer, para vivir y para dar gloria a Dios y
nuestra buena Madre. La Patria son nuestras tradiciones centenarias que no
debemos perder so pena de caer en un consumismo desenfrenado propuesto sin
cesar como un bombardeo (y perdón por la metáfora poco feliz) por el Imperio
del Norte y lamentablemente como el que sufre todo mundo actual luego de la
Segunda Guerra Mundial; recuerden: el consumo desenfrenado lleva a la
dispersión mental y la dispersión mental impide pensar y… a la larga, impide amar.
Destruir a mi prójimo, empobrecerlo para obtener el dinero que necesito para
ser feliz, no es amor, es odio. El espíritu agitado por el consumo es como un
estanque de agua en ebullición que no deja ver el fondo, la esencia, lo
verdadero. Así, pasamos del blackberry, al msn y del msn al Facebook del
Facebook al twitter, así nos pasamos las horas, los días y los meses atrapados
en la red: ¿Qué hicimos con los talentos, con esos dones que Dios nos dio al
nacer para que hagamos fructificar ayudando a nuestra familia, nuestros amigos,
a los más necesitados, en definitiva, a la Patria? Si yo se que soy bueno en el
arte o en deporte, si se que tengo el don de entender a los demás o de
transformar los ambientes viciados por el odio en ambientes dignos de habitar
por la paz y armonía que da mi alegría, si sé que tengo esos bienes espirituales
enormes, heredados por Dios para hacer el bien, ¿por qué no hago nada? Se lo
preguntaron alguna vez. ¿Qué hacemos de bueno para ayudar al prójimo tal como
enseño nuestro Divino Maestro, Jesús? ¿Qué hacemos de nuestra vida? ¿Qué
hacemos por la vida de los demás? En definitiva, el blackberry, el televisor 42
pulgadas y la Playstasion pasarán, pero el acto desinteresado de amor hacia aquel
pobre hombre o mujer tan necesitado queda marcado en su espíritu como fuego. Se
los aseguro. No lo digo yo, lo dice Cristo, el sabe, el es Dios.
La vida es corta, es un instante al lado de la
eternidad que nos espera. No podemos desperdiciarla saltando de bienes en
bienes, de diversiones en diversiones… no podemos vivir evitando los problemas
que nos llevan a esta gran evasión, evitando los problemas que nos llevan a
narcotizarnos con Internet o escondernos detrás del chat del celular. Debemos
ser firmes y hacer frente a la adversidad. Hay que poner punto final a este
espíritu vagabundo para tomar las riendas de nuestras vidas y transformarnos en
la ayuda al prójimo, tal como Cristo nos enseño y que a la larga es lo único
que nos va a dar la Verdadera Felicidad, la felicidad que da habernos
sacrificado por el otro, tal como Cristo lo hizo por nosotros. Así cuando nos
presentemos ante El y nos pregunte: ¿Qué
has hecho con todo lo que te di? Podamos responder: todo esto Padre. Entonces, hijo
mío, toma la corona de la gloria que te he prometido y goza de mi Reino en el
que no sentirás dolor ni sufrimiento y todo será gozo.
Sino volvemos otra vez a la esencia y dejamos
de lado lo contingente, lo material no podremos sostener lo poco que queda de
la independencia lograda por nuestros antepasados, no podremos recuperar la
Patria, usurpada por aquellos que piensan solo en enriquecerse sin importar el
empobrecimiento de los demás. Apurémonos, la historia me ha enseñado que las
Patrias desaparecen.
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